Mateo Sancho Cardiel/ EFE
Los hermanos Lumiere filmaron a unos obreros saliendo de una fábrica, desde entonces hasta ahora, el abuso capitalista, las huelgas o el paro han inspirado películas tan conocidas como The Grapes of Wrarth, Metropolis, Ressources Humaines, My Name is Joe o Los lunes al sol.
En el día del trabajo en un año marcado por la crisis, los recortes y despidos, resulta más fácil que nunca empatizar con ese “cine obrero” que ha renunciado al glamour para profundizar en la preocupación social que provoca ese derecho universal cada vez más vulnerado.
Después de los Lumiere, en los albores del séptimo arte, fue la Rusia postrevolucionaria la responsable de crear las primeras obras maestras del cine que miraba al trabajador. Basta la filmografía de Sergei Eisenstein para encontrar unas cuantas: Stachka, Bronenosets Potyomkin u Oktyabr, reivindicaban la fuerza del proletariado unido en la época del cine mudo.
Aquella película se estrenó en 1940, pero pocos años más tarde, cualquier referencia al obrero y sus reivindicaciones sería tabú por vincularse al comunismo, objetivo a perseguir por el Comité de Actividades Antiamericanas durante la Caza de Brujas.
Herbert J. Biberman fue uno de los realizadores encarcelados durante la misma, pero en 1954 consiguió rodar en Nuevo México The Salt of the Earth, película de un realismo cercano al documental considerada hoy una obra maestra sobre las injusticias laborales y el derramamiento de sangre en las protestas obreras.
En la película de Biberman, los protagonistas eran unos mineros, profesión especialmente castigada que también inspiró The Molly Maguires, de Martin Ritt, o la adaptación de Germinal, de Mile Zola, realizada por Claude Berri.
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FILMES VISIONARIOS
En Alemania, Fritz Lang coronaba su época expresionista con Metropolis , filme ambientado en el siglo XXI en el que el realizador vaticinaba, sin andar del todo desencaminado, una sociedad mecanizada y privada de libertades, en pos de una oligarquía derrochadora.
Y en Hollywood, sin palabras pero cuando ya existía el sonido, Charles Chaplin se rebelaba contra el progreso y denunciaba la alienación del trabajador en la cadena de montaje en Modern Times.
En Francia, Jean-Luc Godard, tras fundar la “nouvelle vague” se fue haciendo más radical políticamente y rodó en 1972 Tout va bien , la historia de un matrimonio en crisis que se ve envuelto en una huelga de trabajadores, dilucidando así si la revolución y el amor de pareja son compatibles.
EN EL SIGLO XXI
Con el auge capitalista y la globalización, Laurent Cantet realizó Ressources Humaines, sobre los expedientes de regulación de empleo, y Lemploi du temps, basada en el caso de un hombre que se suicidó tras ocultar a su familia durante meses que había sido despedido del trabajo.
Esa temática, abordada de manera cómica y desembocando en un striptease, era la misma que sucedía a Tom Wilkinson de Full Monty , de Peter Cattaneo, película que fue un taquillazo mundial con un presupuesto ridículo y era el lado más positivo del cineasta obrero británico por excelencia, Ken Loach, consagrado artísticamente a analizar las consecuencias del tatcherismo.
De toda su filmografía, quizá My Name is Joe es la más “obrera” de sus abejas, aunque también hay títulos como In a Free World, Raining Stones o Bread and Roses.
Primero para Broadway y luego para Hollywood, David Mamet diseccionó la crueldad empresarial para forzar la competitividad entre trabajadores en Glengarry Glen Ross, algo que permitió a Lars von Trier hacer su única comedia, Direkt ren for det hele, en la que una empresa contrataba a un actor para despedir a los trabajadores.
Y, finalmente, en España, Fernando León alcanzó la culminación de su carrera con Los lunes al sol , retrato desgarrador de supervivencia y dignidad de un grupo de parados tras el cierre de unos astilleros en Vigo, y durante mediados del siglo XX, se rodó con humor El verdugo o Esa pareja feliz , entre otras muchas.
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