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Joaquín Absalón pastora

En el calor del debate

Creo que el tiempo le dará la razón a Otto Pérez Molina, de aquí a unos años difíciles de contar. En este momento es solo el general de derecha (según el filósofo “la derecha se corrompe con el dinero, la izquierda se corrompe con el poder”) que “rompió el hielo”. Pero más adelante en la proporción en que se sigan perdiendo las batallas que él mismo atizó, será el referente histórico entre atalayas de polvo y de sangre, en el sentido de haber sido el estadista pionero en darle categoría de “tema de discusión” a lo que antes tenía la hechura de una gigantesca herejía, en una sociedad atrapada por la hipocresía.

La estrategia él la diseñó desde su trinchera como director de inteligencia de Guatemala, con una experiencia en el combate que topa con la respetable densidad de dos décadas.

El proponente, ahora presidente de Guatemala, al asumir produjo la siniestra sensación de bañar de sangre a su país en una guerra frontal contra el narcotráfico, pero apareció insinuando “olivos de paz”.

Ha cambiado de táctica porque la llevada en los últimos años no ha dado resultados convenientes desde que Richard Nixon la decretó a partir de 1971. Existe similitud en lo ocurrido entre 1920 y 1930 con el alcohol, en la actualidad un instrumento de cordialidad social aunque mortal en dosis desbordadas. Pero era en ese tiempo una droga tan espeluznante en su reacción como las que están severamente prohibidas en estos días.

Hubo en ese período la criminalidad relacionada con “el mercado negro”. Y la cobertura cetrina del fantasma pasó a ser la túnica del honorable de saco y corbata. El negocio oscuro escaló las torres de los millones, beneficiándose con la proscripción. Formas inmorales de hacer dinero se transformaron en capitales pulcros. Apellidos ahora ilustres tuvieron como cuna la comercialización ilícita.

“Mientras el mercado negro siga existiendo y los dólares y las armas sigan viniendo de Estados Unidos, esa guerra es imposible de ganar”, valora el autor de la idea de formalizar “un tratado de paz”. No obstante el incómodo de la cumbre —en parte un paseo de verano y una lujosa promoción de la guayabera y de la estética tropical— no se amilanó sabiendo que contaba con el no axiomático de un poderoso. Vaticinó que nada nuevo iba a ocurrir con un Obama distante de la innovación, colgado de las cepas del árbol electoral, descuartizado en su libertad por esa circunstancia.

La despenalización a cercano plazo es remota. Pero ya el hecho de que el tema pase por ventanas abiertas, tocado por los altos funcionarios de aquí y de allá, es algo más que una señal de creciente palpitación del argumento tabú.

Cómo comenzar gradualmente, cómo abrir la ruta de nuevos caminos. Cómo ejecutar el primer impulso de la exoneración del castigo. Ahí está el “quid”.

Portugal despenalizó la posesión de pequeñas cantidades de droga de uso personal. No lo digo yo, lo afirma el director ejecutivo de “Drug Policy Alliance”, Ethan Nadelmann, para quien el punto de partida está en la marihuana dispensada con alertas preventivos como los que aparecen en el consumo del alcohol y la bocanada de los cigarrillos.

El comportamiento de la realidad abrirá puertas, en este rato herméticamente cerradas. Será cuando el tiempo le dé la razón al provocador del debate…  

El autor es periodista

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