Un comentario a mi columna del sábado pasado, puesto en la página web, firmado por “chontaleño”, dice textualmente:
“Si estás seguro de que el FSLN hace lo que se le da la gana, cuál es el sentido de que tenga ideología y estructura? (asumiendo lo que decís vos que no la tiene). ¿No es una contradicción de tu artículo decir que el Frente tiene todo el poder y por otro lado insinuas de que se muestra débil ante la opinión pública?”
A menos que “chontaleño” sea el seudónimo que decidió utilizar el presidente inconstitucional Daniel Ortega para comentar el artículo (y es posible que él haya optado por llamarse así, pues recordemos que él es de La Libertad, Chontales), la verdad es que cualquier otro ciudadano debería ver que la contradicción está en creer que “tener todo el poder” y “hacer lo que le da la gana” es sinónimo de legitimidad y de apoyo de los votantes a un partido. Antes de seguir debo aclarar que yo no dije que el orteguismo se muestre débil ante la opinión pública, lo que dije fue que en lugar de tener estructura lo que tiene ahora es una clientela que le será fiel en la medida que exista algo que repartir y que le dará la espalda cuando se acabe la repartición y eso se va a dar porque ese partido —el único que ha tenido estructura e ideología probablemente en toda nuestra historia— la ha borrado en los últimos diez años.
Pero en fin, el punto al que quiero llegar es que un ciudadano, o sea un sujeto con derechos políticos que los ejerce para influenciar el rumbo se su gobierno, no puede por definición aceptar que el poder es algo ajeno a él y que es un tema cuasi divino que debe ser tratado por supuestos semidioses, que es lo que llegan a creerse los dictadores absolutos como el que tenemos que soportar ahora.
El ciudadano tiene el deber y el derecho de decir “hasta aquí” cuando ve que un gobernante pretende “hacer lo que le da la gana” o cuando “tiene todo el poder”.
Pero claro que un individuo es demasiado débil para enfrentar a las maquinarias que conforman los dictadores, pero para eso están los partidos políticos, para darles voz, para conocer dónde le aprieta el zapato a la gente, para demandar que las cosas no se hagan de una manera sino de otra que sea más conveniente para la ciudadanía.
El problema es que aquí nuestros partidos son electoreros. Si no veamos ahora. Estamos a seis meses de las elecciones, ya las convocó el Consejo Electoral de Facto que tenemos y ahora viene el dilema de que si se va a participar o no en las mismas (y cuando hablo de ese dilema me refiero a la Alianza PLI porque los micropartidos no ven las elecciones como posibilidad de alcanzar el poder sino como una subasta en la que se van a vender).
Pues ni modo, al fin y al cabo el PLI va a tener que participar porque la alternativa es clara: dejar el camino libre a los micropartidos, principalmente al PLC para que vuelva a ser de utilidad al orteguismo como partido zancudo y facilitarle las cosas al Inconstitucional para que le dé la personería jurídica del PLI a cualquier sinvergüenza.
Pero esas son consideraciones de partido electorero. Y si la Alianza PLI quiere evitar terminar como el PLC —y recordemos que el PLI no ha llegado ni cerca del poder que alguna vez tuvo el PLC— entonces debe comenzar a jugar su papel como voz de la ciudadanía, como interlocutor de esta, pero con legitimidad, y eso solo se logra bajando al territorio, organizándose hasta en la última cuadra y comarca pero además realmente escuchando lo que esas estructuras tienen que decir.
Desgraciadamente para estas elecciones una vez más les “agarró la tarde” como se dice y, por ejemplo, esa decisión de participar o no en las elecciones la van a tomar 12 o 20 señores y señoras que pomposamente se llaman “Consejo Político”.
¿Acaso no tendría verdadera legitimidad si esa decisión emanara de lo que dicen cada una de esas estructuras desde la última comarca o la última cuadra del país? ¿Acaso no sería esa la verdadera función del partido de no solo ser voz de la ciudadanía sino de ser constructor de la misma al permitirle a sus ciudadanos ejercer sus derechos políticos?
Mientras los partidos, los políticos, no hagan su trabajo, su destino es acabar como zancudos del Inconstitucional y los nicaragüenses seguiremos pensando como la persona que se firma “chontaleño” quien cree que si un dictador “hace lo que le da la gana” quiere decir que tiene legitimidad.
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