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Xavier Sala-i-Martín

Los griegos lo apuestan todo

Hace tiempo que al Gobierno de Grecia nadie le concede créditos en condiciones razonables porque es insolvente y solo los colegas del euro le prestan. Lógicamente, los países amigos quieren recuperar el dinero (que es de sus contribuyentes) y, por tanto, le exigen planes de austeridad y reformas que garanticen que lo va a poder devolver. Estos planes no han sacado al país de la crisis y han acabado por cansar a los ciudadanos. En las elecciones parlamentarias recientes, muchos votaron a partidos que proponen no pagar las deudas y rechazar las ayudas europeas. Los elegidos no han podido formar un gobierno que garantice la devolución del dinero amigo. La pregunta es: ¿Cómo reaccionará Angela Merkel, la canciller alemana, ante este plantón? ¿Dejará de ayudar a Grecia y la abandonará a su suerte?

Si la eurozona decidiera cortar las ayudas pasarían dos cosas. Primero, Grecia se quedaría sin euros, cosa que llevaría a algunos bancos a la quiebra. La gente, al ver que el sistema financiero es insolvente, correría al banco a buscar sus euros. Pero este no tendría suficiente para todos, ya que el grifo del Banco Central Europeo se habría cerrado. Se produciría un pánico y, para controlarlo, el Gobierno griego crearía un corralito como el argentino del 2001, que impediría que la gente pudiera sacar su propio dinero del banco. Eso generaría caos y malestar.

La segunda cosa que pasaría es que el Gobierno heleno no podría gastar más de lo que ingresa y se vería obligado a reducir su déficit de el 10 por ciento del PIB que tiene ahora, no ya al 5 por ciento que le exige Europa, sino al 0 por ciento. ¡Y eso en 24 horas! Los recortes, pues, serían mucho más profundos, y eso empeoraría la crisis. El consumo, la inversión y el PIB sufrirían caídas del 30 por ciento. Ante la imposibilidad de pagar, el Gobierno se sacaría de la manga unos pagarés para liquidar salarios y proveedores. Eso es lo que hicieron algunas regiones argentinas unos meses antes de la gran crisis del 2001: emitieron unos bonos llamados patacones. En Grecia se podrían llamar gretacones.

La gente empezaría a usar esos gretacones para comprar y, ante la escasez de euros, se convertirían de facto en la moneda griega. Serían la semilla del nuevo dracma. Pero como nadie se fiaría de que el Gobierno griego pagará el valor prometido al portador de los gretacones, todo el mundo se los quitaría de encima con descuentos importantes. Es decir, el funcionario que recibiera un gretacón de 100 euros iría a la tienda pero la carnicera no le daría carne por valor de 100 euros sino, digamos, 30 euros, ya que ella se quedaría con un papelito con alta probabilidad de no ser cobrado nunca. El poder adquisitivo de los gretacones, y por ende de los salarios, caería a un 70 por ciento y los trabajadores caerían en la pobreza. Aquellos que pudieran escaparse, emigrarían inmediatamente.

Para salvar la situación, el Gobierno griego intentaría salir del euro e introducir un nuevo dracma. Es posible que ya esté imprimiendo dracmas secretamente en algún país extranjero (como hizo Eslovaquia seis meses antes de separarse de la República Checa) y que los acabe introduciendo por sorpresa un fin de semana de estos. Si se hiciera, se obligaría a que todos los contratos en euros se pasaran a dracmas. A la gente, cuyos ahorros en euros habrían estado secuestrados por el corralito durante semanas, se les devolverían en forma de dracmas, pero a un valor muy inferior. Perderían el 50 por ciento, 60 por ciento o 70 por ciento de sus ahorros. La nueva moneda se seguiría despreciando.

La depreciación del dracma podría no ser mala. De hecho, algunos la ven como la única esperanza de salir del agujero: si el dracma se abaratara, también lo harían las exportaciones y el turismo griegos, por lo que muchos preferirían pasar a comprar productos griegos y a hacer turismo en Grecia (en lugar de España o Italia), y eso permitiría empezar la recuperación. Eso también es lo que pasó en Argentina. Pero el resultado podría no ser tan positivo, ya que si el Gobierno griego no consiguiera reducir su déficit fiscal, seguiría imprimiendo dracmas para pagar salarios y proveedores. Eso dispararía la inflación hasta el 70 por ciento y ciento por ciento o como pasó en la propia Grecia en 1944, hasta el 8.500.000.000 por ciento. Por tanto, el abandono del euro podría ser beneficioso para Grecia (aunque, todo sea dicho de paso, después de una crisis de proporciones bíblicas), pero también podría ser un desastre cósmico que devolvería a Grecia a la época de su gran hiperinflación. No hay nada seguro.

Si el no aceptar las condiciones de la eurozona puede tener unas consecuencias tan devastadoras para los griegos, ¿por qué se la juegan votando por partidos que rechazan pagar las deudas? Una posibilidad es que sepan que los costos para ellos serían graves, pero que serían todavía peores para el resto de la eurozona. Y es que una vez se diera la señal de que el euro se puede romper, el pánico y la especulación podrían invadir países como Portugal, Italia, España e incluso Francia, donde la gente pensaría que les puede pasar lo que a los griegos. Eso quebraría bancos, generaría corralitos, pobreza, emigración y un cataclismo económico se cernería sobre Europa. De hecho, el pánico ya ha empezado y mucha gente se pregunta adónde debe llevar sus ahorros.

En este sentido, da la impresión de que los griegos están jugando una partida de póquer de alto riesgo con Merkel. Después de subir las apuestas hasta niveles estratosféricos, es el turno de la canciller alemana: debe decidir si ve la apuesta de los griegos y les caza el farol, o tira las cartas y les sigue dando ayudas sin condiciones. Y es que los griegos acaban de poner todas las fichas sobre la mesa. Los griegos acaban de hacer un “all in”.

El autor es catedrático de Columbia University (http://salaimartin.com), Twitter: @XSalaimartin. Artículo distribuido por el Cato Institute www.elcato.org.

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