Hace seis años el Banco Mundial dio a conocer un informe titulado “2005, el Año Cenit”, en el cual se presentó un panorama apocalíptico sobre los desastres naturales, los inevitables y los que son alentados o agravados por la imprevisión humana.
Según dicho informe, en el año 2005 ocurrieron 360 grandes desastres naturales en el mundo, casi uno por día, los cuales causaron miles de muertos, millones de damnificados y pérdidas materiales por 159 mil millones de dólares. Y lo peor de aquel balance siniestro era la advertencia de que catástrofes de igual o peor magnitud seguirán ocurriendo, incluso con más frecuencia y fuerza devastadora, mientras la gente no corrija sus hábitos destructivos de la naturaleza y los gobiernos no actúen con responsabilidad en la prevención de desastres.
Alrededor de 3,400 millones de personas, o sea más de la mitad de los habitantes del planeta, viven en lugares donde puede ocurrir al menos un desastre natural, se dijo en el informe. En 160 países por lo menos un cuarto de la población está expuesto a ser víctima de una o más catástrofes de la naturaleza. En 35 países o más, una de cada veinte personas podría sufrir tres o más desastres naturales. La amenaza será mayor y se extenderá a muchos más países, mientras se siga degradando el clima y el medio ambiente en general, que causa o agrava aquellos fenómenos naturales desastrosos como huracanes, sequías e inundaciones, y en tanto los gobiernos no actúen con responsabilidad y eficiencia.
Es oportuno recordar esas informaciones y advertencias a propósito de las inundaciones desastrosas ocurridas esta semana en numerosos barrios pobres de Managua, causadas más por imprevisión de la administración municipal que por las fuertes lluvias caídas durante los últimos días. En realidad, son las mismas inundaciones que ocurrieron el año pasado y las de años anteriores. Son los mismos manjoles atascados y cauces desbordados porque han sido convertidos en botaderos de basura. Son los mismos adoquines arrastrados por las corrientes de agua, las mismas viviendas anegadas, la misma gente damnificada y la misma justificación de siempre, de que el desastre se debe a que “las precipitaciones de ahora han sido las más altas de la historia”.
De la repetición anual de los desastres causados por las lluvias hay que culpar principalmente a una administración municipal desastrosa, la cual es muy hábil para exprimir a la población con los impuestos, para aumentar la burocracia parasitaria y despilfarrar los recursos públicos en actividades politiqueras, pero es lerda e ineficaz para cumplir sus responsabilidades elementales como recoger y eliminar la basura, darle mantenimiento adecuado a los cauces y calles, reforestar los alrededores de la ciudad y otras diversas medidas que podrían evitar o reducir a su mínima expresión los daños de las lluvias.
Y para colmo esta desastrosa administración municipal, fruto del fraude electoral de 2008, está lista para seguir en el poder mediante el otro fraude que desde ya se prepara para las elecciones del próximo noviembre.
Ver en la versión impresa las páginas: 10 A
