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Pasión por el beisbol

El vapor sube desde el pavimento continuando su sofocante recorrido en la superficie. Abraza los centenares de cuerpos que en fila esperan que abra la taquilla del Estadio Nacional Denis Martínez. Espaldas y axilas se sudan y las camisetas se pegan a la piel. ¡Qué calor!

Por Róger Almanza G.

El vapor sube desde el pavimento continuando su sofocante recorrido en la superficie. Abraza los centenares de cuerpos que en fila esperan que abra la taquilla del Estadio Nacional Denis Martínez. Espaldas y axilas se sudan y las camisetas se pegan a la piel. ¡Qué calor!

A las dos de la tarde es justo el momento en Managua para pagar cualquier penitencia. La calle arde, el pavimento quema, el aire sofoca, el Sol disfruta. Solo la pasión por el beisbol da suficiente ánimo a las centenas de personas que desde hace una hora empezaron la fila hasta la taquilla, donde se venden los boletos para ver el juego entre Cuba y Nicaragua.

El sudor ya hace su trabajo. Las gotas, miles de ellas, se asoman en la frente de los apasionados. Cerca de quinientas personas esperan a la mitad de una de las filas, la mayoría son hombres. ¡Qué calor! Paro de contar.

En un lugar de la fila, ciento veinte personas antes de la ventanilla, una cabellera blanca llama la atención. Es don William Montiel y a sus 62 años su cabello luce mayor. No se nota abrumado por el calor, más bien, emocionado.

Cuenta que viene de San Judas y ya tiene una hora de hacer fila. Y por lo que se ve le espera una hora más.

La mirada intimidante de la mujer delante de él lo interrumpe. “Es mi esposa”, dice.

Luce joven a la par de la blanca cabellera de don William. ¿Qué edad tiene?, abusa mi indiscreción. La respuesta es defendida por el sonido molesto de una trompeta de plástico. ¿Lleve su trompeta? Ofrece el vendedor. Nadie le compra.

El viejo edificio amenazado con la demolición desde hace varios años parece reconocer a don William que ha venido “solo a buenos partidos”. No recuerda cuántos. Su pasión se nota cuando empuña la mano: ¡Vamos a apoyar a Nicaragua!

Nadie lleva sombrillas, solo pañuelos que utilizan para cubrir las cabezas. ¡Piiiiiiiii! suena de nuevo la trompeta. El vendedor curioso ha seguido mi recorrido entre las filas en las afueras del Estadio Nacional. Como los panes en el pasaje bíblico las personas en las filas se han multiplicado en un dos por tres. “Soy Alfonso González y no he vendido nada, me vas a entrevistar”, me aborda el vendedor.

Hace rato que ya abrieron las dos ventanillas y los boletos empiezan a salir.

Don William avanza emocionado, sigue a su esposa. Un boleto cada uno es la advertencia en la taquilla. “Ni así van a evitar que hagan el negocio los revendedores”, dice un oficial de la Policía Nacional, uno de los 40 que están vigilando las filas.

No se equivoca. Los revendedores sentados en los muros del parque frente al Estadio Nacional esperan a sus empleados. Los han contratado por el tiempo que les tome llegar a la ventana de la taquilla y compren un boleto de cien, cincuenta o diez córdobas. Los recién empleados son vendedores de agua helada y hasta la vende quesillo del estadio entró en la jugada, cincuenta pesos han ganado en una o dos horas.

La fila sigue su camino y el Sol sigue haciendo de las suyas. Algunos salen de la fila unos minutos se refrescan en la sombra y regresan.

Casi dos horas después, don William sale feliz con su boleto, su esposa va a la par. El vendedor de trompetas ofrece su producto y aún nadie le compra. “No es justo chele, yo debería estar trabajando en una buena empresa, fui del Servicio Militar Patriótico y mirame aquí, 20 años llevo desempleado”, me aborda nuevamente el vendedor.

El negocio lo hará el revendedor. Cinco chavalos que recién compraron sus boletos se le acercan y le entregan cinco boletos de cien córdobas, que venderá a los que no lograron encontrar boletos esta tarde.

“La Violeta me dejó en la calle”, insiste el vendetrompetas. Me detengo y le pregunto ¿qué ha hecho en estos 20 años? “Nada… voy a esperar que Daniel (Ortega) responda como lo hace con los desmovilizados”, contesta el chaparro y barrigón vendedor de trompetas.

La fila sigue y casi a las cuatro de la tarde el Sol también. ¡Qué calor! pero al parecer a nadie le importa. A las seis de la tarde las puertas del Estadio Nacional se abrirán y los miles de fanáticos del beisbol entrarán para ver a su equipo.

El Sol se fue y los apasionados amantes del deporte rey regresaron. Nicaragua perdió 9-0 ante Cuba. Pero la asoleada valió la pena para todos, incluso para los que le compraron a 300 córdobas el boleto al revendedor que los ofreció en la esquina del Estadio Nacional.

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