Joaquín Absalón Pastora
El silencio obstruye la memoria. Se muestra irreverente con la imaginación —memoria e imaginación— de los que hicieron obras para heredarlas. Murieron con el sueño clavado en la frente, descansan sin la capacidad de comprobar si lo dejado produjo el efecto del conocimiento, de la certeza de que el testamento artístico fue devorado por el polvo o conoció la luz.
Bernardo Gordillo en una reciente entrevista publicada en esta página literaria, luego de haberlo oído pedaleando el clavecín que se me antojó en la fantasía retrospectiva, “el bien temperado” de Bach, además de mostrar nuevos descubrimientos en la música de Luis Abraham Delgadillo, ansioso él de rescatarla, me hizo recordar a Félix Mendelssohn en la conquista, el rescate que hizo de la música de Juan Sebastián Bach. Oyendo al joven exponente —de tránsito por Nicaragua— pensé: ¿Será este nuestro Mendelssohn, y será Luis Abraham Delgadillo, nuestro Bach?
La Pasión según San Mateo no se hubiera estrenado si no ha sido por el tesonero empeño del clasicista romántico de sacar de la tumba al oratorio un siglo después. Dormía pero lo despertó el mismo que desempolvó los balcones y puso colorido en el escenario, transcurrido un reposo que no fue tan extenuado para que las voces rompieran la sordina y se produjera la “premiere” que no ha dejado de resonar en todos los lados del mundo.
Intuimos: ¿Cuándo se producirá, repitiéndose la historia, una de Luis Abraham Delgadillo? “Volverá a brillar por lo magnífico de su obra histórica”, vaticina Donald Chamorro. Cuándo estará con nosotros plasmado, ejecutado en la ejecución instrumental El romance oriental su “serenata sollozante”, La marcha triunfal dedicada a Rubén Darío.
Desventuradamente las nuevas generaciones no escuchan el encargo artístico sembrado en la tierra por los compositores para ser cultivado.
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