Por Eduardo Cruz
En el barrio Los Laureles, propiamente a la par de la terminal de la ruta 118, se levanta una pequeña colina que actualmente está partida en dos por una carretera adoquinada y desde cuyo alto se puede apreciar el Aeropuerto Internacional de Managua.
Un espacio reducido de esa colina alberga un pequeño parque, donde los niños de entre los 8 y los 12 años de edad, y un poco más llegan a jugar en columpios y resbaladeros. En la misma colina también hay 26 tumbas pintadas de rojo y negro. Los niños juegan en el parque, tal vez sin darse cuenta que están pisando el lugar donde están enterrados 35 adolescentes casi de la misma de edad de ellos, de entre los 13 y los 18 años, asesinados por la Guardia Nacional en plena guerra de insurrección contra la dinastía de los Somoza, el 13 de junio de 1979, poco más de un mes antes de que fuera derrocado Anastasio Somoza Debayle.
Estos muertos fueron parte de los 50 mil que se estiman hubo en toda la denominada insurrección popular, entre el 1 de junio y el 19 de julio de 1979.
De la masacre lograron escapar unos ocho jóvenes que integraban una Unidad Táctica de Combate, compuesta por alrededor de 50 chavalos. Los jóvenes provenían principalmente del barrio Los Laureles, pero también había de Villa Libertad, Villa Venezuela, Reparto Schick, Las Mercedes. Otros eran de Estelí, Jinotega y Matagalpa, como su jefe el “Viejón”, Marvin Luis Úbeda Acuña, el líder de la columna.
En mayo de 1979 la Guardia asesinó al niño Luis Alfonso Velásquez Flores, de apenas 9 años y estudiante de la escuela Máximo Jerez. Los guardias somocistas comenzaron a acosar a los estudiantes y a la juventud en general por ser sospechosos de colaborar con el Frente Sandinista (FSLN). “Aquí no hay de otra, o nos unimos al Frente o nos matan a todos”, era la conclusión a la que llegaban todos los jóvenes de Managua, recuerda César Augusto Ampié, uno de los ocho sobrevivientes de la masacre de la colina de Los Laureles.
LA COLINA 110
La colina donde ocurrió la masacre llegó a conocerse como la Colina 110 y el barrio Los Laureles ahora se conoce como reparto Manuel Fernández. Todo tiene un mismo origen: Manuel de Jesús Fernández Mora, un joven que fue jugador de beisbol de primera división con el equipo San Fernando y que había nacido el 21 de septiembre de 1956, el mismo día en que Rigoberto López Pérez disparó contra el dictador Anastasio Somoza García, en León.
Fernández era conocido entre los guerrilleros como 110 y era uno más de la columna que fue masacrada. “110” fue el primer combatiente de la columna que cayó en combate, el 8 de abril de 1979, y por eso la columna pasó a llamarse Unidad Táctica de Combate Manuel Fernández, y la colina de Los Laureles, el cuartel de ellos, la Colina 110.
Los miembros de la columna Manuel Fernández, bajo el mando del “Viejón, operaba dirigida por el Frente Interno, jefeado por William Ramírez, Carlos Núñez Téllez, Mónica Baltodano, entre otros guerrilleros reconocidos. Nacieron apegados a la tendencia del Frente Sandinista como la GPP (Guerra Popular Prolongada).
La llamada Ofensiva Final se transformó en la virulenta insurrección popular en los barrios occidentales y orientales, corriendo la sangre en violentas matanzas, efectuadas por los las tropas de la guardia nacional en diferentes sitios de la capital, donde las víctimas fueron los jóvenes levantados en armas, colaboradores y pobladores bajo sospecha o que se cruzaron en su camino.
Arnulfo Agüero, en su libro Colina 110, cita las masacres de Batahola, donde perecieron bajo las balas unas 180 personas entre combatientes y civiles. Entre las víctimas se encontraba la heroína Zulema Baltodano, hermana de la comandante Mónica Baltodano. Esto sucedió un 15 de junio de 1979, dos días después de la masacre de la Colina 110.
Otras matanzas ocurrieron en los sectores del Kilocho, y El Paraisito. Y cuando se produjo El Repliegue Táctico a Masaya del 27 de junio, al día siguiente, sucedieron bombardeos indiscriminados y masivos en sitios como Piedra Quemada, Nindirí, La Barranca, muriendo más de un centenar entre combatientes y civiles en esta marcha forzada por la sobrevivencia.
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En total fueron 35 jóvenes muertos en la masacre de la Colina 110, lográndose identificar solo a 26 y nueve quedaron como desconocidos.
Los reconocidos son: Marvin Luis Úbeda Acuña, “El Viejón”; Óscar Omar Téllez Sánchez, “Judito”; Nordia Esther González Hidalgo, “La Esteliana”; Franklin Hodgson, “El Negro”; Martín Vargas; Ernesto Pérez Briones, “Pata de Chicle”; Elizabeth Méndez, “La Jinotegana”; Ernesto Sánchez, “Tito”; Lorenzo García, “Lencho Calilla”; Antonio Cruz Gómez, “Chino Cebolla”; Germán Miranda, “Perro Mocho”; Sergio López; Francisco Javier Cerda; Saturnino Ortiz, “El Mimado”; Ricardo Flores; Gustavo García; Carlos Pérez; Sebastián Ríos, “El Dormido”; Antonio Cruz; Carlos Portillo; Víctor Osorio, “El Pelón” y el “Combatiente Desconocido”.
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Cuando se les necesitaba, los guerrilleros les suministraban armamento pesado, pero el mismo lo tenían que devolver cuando finalizaban las tareas asignadas, que en general consistían en atacar las delegaciones policiales de la Guardia Nacional. Una vez terminado sus deberes, los adolescentes regresaban a la Colina 110, donde habían construido una zanja de unos 15 metros de largo, la cual utilizaban como refugio. Las únicas armas que portaban eran machetes, piedras, palos y los más afortunados pistolas o escopetas para cazar.
Desde la colina, los pequeños guerrilleros observaban todos los movimientos de la Fuerza Aérea somocista. Esa colina el dictador Anastasio Somoza Debayle la tenía en la mira, porque los sandinistas con el Frente Sur venían avanzando por el sur hacia Managua, y por el norte con el Frente Norte. El Frente Interno, que operaba en Managua, también le estaba cerrando rutas de escape y Somoza veía cómo su única salida el aeropuerto de Managua, explica el escritor y periodista Arnulfo Agüero, quien se dedicó a investigar la historia de la masacre y escribió un libro sobre ella: Colina 110, Insurrección Los Laureles y Masacre GN.
El aeropuerto significaba su única ruta de escape, en caso de que la Guardia no lograra detener a los insurrectos sandinistas. Por eso, aquel 13 de junio de 1979, Somoza ordenó entrarle con todo a los guerrilleros que estaban en la Colina 110, sin saber que allí lo único que había eran adolescentes de entre los 12 y los 18 años, sin armas, sin ropas, sin comida y sin ninguna preparación militar. El día de la masacre la Guardia utilizó tanquetas, bombas y aviones para arrasar con los rebeldes.
EL SEGUNDO CAÍDO
El sábado 9 de junio Managua amanece llena de barricadas. Los guerrilleros necesitan refuerzos y desde el puesto de mando de la Colina 110 se envía a una escuadra de combate. Allí va Carlos Juárez Cruz, conocido como “El Mono”. Tiene 16 años.
En la entrada de la colonia Primero de Mayo se topan con la Guardia Nacional. Juárez Cruz resulta herido pero logra huir en una moto. Los guardias le dan una feroz persecución. Cuando llega a una casa, donde le dan albergue, se esconde debajo de una cama. Los guardias registran la casa pero no lo encuentran. Cuando van saliendo uno de ellos mira una mancha de sangre por lo que vuelven a registrar la casa, encuentran a Juárez Cruz y lo acribillan. También mataron a todos los miembros de la familia dueña de la casa.
César Téllez Sánchez, otro de los sobrevivientes, recuerda ese día así en el libro de Agüero: “Las lluvias de balas de las ametralladoras calibre 30, las de los fusiles Galil y M16 que lanzaba la Guardia nos tenía impactados, pero no acobardados. El enfrentamiento duró varias horas”.
Téllez iba en la moto con Juárez Cruz, la cual habían “recuperado” al momento del combate. Pero Téllez se tiró de la motocicleta, buscó refugio y después le contaron cómo a Juárez Cruz lo habían matado en la casa de la familia Rivas.
Después de la muerte de Juárez Cruz, los miembros de la columna se retiraron a la Colina 110. Estaban destrozados por la muerte de su compañero. Lo lloraron y le rindieron honores de guerra con un minuto de silencio.
La mamá de Juárez, Ana María Martínez, explica que su hijo no está enterrado en la Colina 110 como los de la masacre, sino que quedó en la casa donde cayó, de la entrada de la Colonia Primero de Mayo, unas 150 varas arriba, donde había una cepa de chagüite, o bien, contiguo a la actual entrada de la Residencial Valencia.
“OPERACIÓN LIMPIEZA”
El día que los masacraron, el miércoles 13 de junio de 1979, a la Colina 110 llegó un poblador nervioso y les dio el primer aviso: ¡La Guardia viene por Sabana Grande!
Ese día, miembros de la Guardia Nacional y del Condeca (Consejo de Defensa Centroamericana, que apoyaba a Somoza), iniciaron el desalojo de todos los guerrilleros que se apostaban cerca del aeropuerto internacional.
Desde la madrugada hasta en la mañana de ese día, los miembros de la columna Manuel Fernández habían estado en operativos atacando delegaciones policiales de la Guardia. Pero precisamente ese día perdieron contacto con sus jefes del Frente Interno. El contacto era Fernando López Velásquez, “David”.
López Velásquez recuerda que durante un enfrentamiento en la Sovipe, sobre la Carretera Norte, siendo él ya parte de los temibles “cazaperros”, resultó herido por una granada, por lo que los muchachos de la Colina 110 quedaron sin conexiones, y sin las órdenes de guerra emanadas del Estado Mayor del Frente Interno. En otras palabras abandonados a su suerte.
“La orden era que donde te tocaba la insurrección ahí ibas a operar. Por lo que nosotros quedamos en la zona del residencial Dorado, con la escuadra en el anillo de defensa del Estado Mayor del Frente Interno, defendiendo la posición en el puente “Chano Somarriba”, recuerda López.
Desconectado de sus jefes, desde la Colina 110 sale una escuadra guerrillera a patrullar el reparto y detecta las posiciones de la Guardia Nacional, sus francotiradores y avanzadas de sus compañías. Regresan y se reconcentran en la colina. Eran las 9:00 de la mañana.
La Guardia comenzó a hacer un anillo, rodeando a los jóvenes que se encontraban en la colina. Por tierra iban avanzando poco a poco con tanques y palas mecánicas. Por aire sobrevolaban con aviones, desde los cuales amenazaban con bombardear pero no lo hacían. Atemorizados, los jóvenes se refugiaban en la zanja de 15 metros. La rapidez con que los cercaba la Guardia no pudo ser calculada por los muchachos.
Eran como las 2:00 de la tarde cuando un grupo de combatientes sube al cerro para avisar que varios contingentes de guardias se desplazan raudos hacia las colinas rompiéndoles sus dos defensas de francotiradores.
La mayoría de los jóvenes estaban metidos en la zanja. Pero los que tenían armas estaban afuera. César Augusto Ampié, “El Chino”, narra el momento así: “Cuando de pronto miramos entre la barricada que las patrullas de guardias venían subiendo por las faldas de la colina, y los aviones seguían haciendo simulacros de bombardeo, para que los chavalos se mantuvieron refugiados en la zanja. Esta maniobra táctica fue descubierta cuando los soldados estaban a unos quince metros, y comienza el combate con fuego a quemarropa, y lucha cuerpo a cuerpo, con los pocos que estaban afuera de la zanja, la que estaba cubierta con láminas de zinc, piedra cantera y madera, pero los que estaban dentro no tuvieron oportunidad de escapar, sino que fueron masacrados, y posteriormente la pala mecánica se encargó de sepultarlos”.
Allí quedaron sepultados la mayoría de los miembros de la columna Manuel Fernández, 35 en total, los que tenían su base en la Colina 110. Un médico de la Cruz Roja, Guillermo Delgado, que fue llamado por la Guardia para curar a los guardias heridos, logró ver que fuera de la zanja habían dos mujeres a quienes les habían cortado los senos y también las habían violado. Los guerrilleros supieron que eran la esteliana Nordia Esther González Hidalgo y la jinotegana Elizabeth Méndez.
MADRES DESENTIERRAN A SUS HIJOS
Cinco días después del triunfo, el 24 de julio de 1979, se formó un grupo de personas que escarbaron en el lugar de la zanja y sacaron a sus parientes muertos.
“A él lo conocí solo por su ropa, una hebilla y la faja”, dijo una de las madres. Otras madres, Adelina Acuña, Thelma Orozco, María Teresa Osorio, Berta Cruz, también llegaron a identificar a sus hijos. Nueve cadáveres quedaron como combatientes desconocidos, los que volvieron a ser sepultados en el mismo lugar, dice con dolor Eloísa Sánchez Cabrera, al recordar el día que sacaron los restos de su hijo Omar Téllez Sánchez, “El Judito”.
Treinta y tres años después, el horror de la guerra todavía sigue enlutando a estas madres por la partida inesperada y trágica de sus hijos que no pudieron ver el sol de un nuevo amanecer.
Este reportaje se basa en parte sobre el libro Colina 110, Insurrección Los Laureles y Masacre GN, del periodista Arnulfo Agüero.
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