Edgard Rodríguez
En una etapa, en la que el deporte nacional no inspira portadas en los periódicos o minutos en la televisión , sino para ser señalado por su mediocridad extrema y la incompetencia ilimitada de sus dirigentes, viene Osmar Bravo, el campesino de Muelle de los Bueyes, y dice presente con una resonante victoria en las olimpiadas.
¡Qué tremendo!
Bravo, quien ha hecho de la tenacidad su argumento predilecto, se despojó de cualquier complejo y comenzó a adueñarse del ring, mientras construía un triunfo sobre el montenegrino Bosko Draskovic, que viene a ser como una refrescante ola en medio de la sequía agobiante que padece el deporte nica.
Sus golpes, al igual que sus agallas, traspasaron las pantallas de los televisores ayer por la tarde y han llegado al corazón de los aficionados que seguro van a saber apreciar la valentía, el coraje y el talento de un muchacho sencillo, que se ha hecho cargo de sí mismo, en lugar de quejarse de las circunstancias y vicisitudes que le han tocado en su vida.
Osmar peleó duro para voltear una pelea de inicio desfavorable, ante un Draskovic que trató de imponer su ritmo, pero que se topó con la gallardía e inteligencia del nica, quien a pesar de su estatura, encontró mayor efectividad yendo directo a la línea de tiro, con la determinación que lo hace a diario en su vida.
Nadie sabe qué le depara en su próxima salida a Bravo, pero pase lo que pase, este muchacho se ha ganado nuestra admiración y respeto, mientras le proporciona una dosis de dignidad a nuestra atribulada delegación que se encuentra de visita en Londres.
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