Edgard Rodríguez
Aún con prosperidad en sus finanzas, a los Dodgers se les vio siempre como el club de mucha tradición, productor de sus propios jugadores y un permanente retador de los Yanquis en los play offs.
Pero cuando Peter O’Malley los vendió, el rasgo de la estabilidad se perdió entre sus características. Los mánager entraron y salieron, y los jugadores también. Y lo peor, es que el éxito escaseó.
Bajo una nueva administración y entre cuyos dueños está el exastro del baloncesto Magic Johnson, los Dodgers han vuelto a hacer ruido y no necesariamente por sus victoria en el campo de juego.
Lo han conseguido con las transacciones más ruidosas de la temporada. Tienen a Adrián González, Josh Beckett y Carl Crawford, y antes, habían agregado a Hanley Ramírez y Shane Victorino.
Ese grupo de jugadores, deben transformar un club, que al igual que en el pasado tiene su fundamento en el picheo, pero pasaba apuros para producir. Así fue desde Koufax hasta Hershiser.
Sin embargo, las adquisiciones no garantizan necesariamente el éxito. Falta ver cómo encajan en el estilo que ha definido Don Mattingly y que ha perfilado la gerencia del conjunto.
De todas formas, los movimientos han enviado un mensaje claro a sus fanáticos: los Dodgers viven una nueva etapa y trabajan duro por el presente y el futuro. Y no se les puede subestimar.
El mecanismo para llegar a impactar en su División y quizá en la Liga Nacional en general, no es la tradición como en el pasado. Ahora han abierto la billetera, pero están moviéndose. Eso es quizá lo más importante.
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