Ayer, mientras esperaba el cambio de luz en los semáforos del Siete Sur, se acercó a la ventanilla un sonriente muchacho de la campaña de Techo, con la sui géneris alcancía en forma de casita. “¿Va a donar para la construcción de casas?”, me preguntó.
Busqué monedas, habían cinco de un córdoba (aclaro, era la cuarta vez que donaba en los dos días de la colecta). Las dejé caer en la alcancía de madera. Las monedas se estrellaban contra el fondo, creando ese inconfundible sonido. “Está vacía esa alcancía”, le dije… “Ya pronto se va a llenar”, me contestó, sin dejar de sonreír.
El semáforo se puso en verde y arranqué antes de que comenzara la “pitadera” de los conductores detrás de mí. Por el retrovisor vi al grupo de muchachos, todos con la misma actitud positiva, divertida. El sol de las 11 de la mañana en Managua, en el mes de agosto, aunque sea en el último día de ese mes, difícilmente puede poner de buen humor a alguien. Pero ellos estaban felices.
Ese sol “pica” de verdad, al rato uno está sudando, el agotamiento y el agobio no se hacen esperar. Pero los chavalos, en su algarabía, parecían inmunes. Ayer pasé varias horas en la calle, de un lado para otro en Managua, y por todas partes vi al chavalero, todos tenían el mismo ánimo. Después de las tres de la tarde, espesos nubarrones ocultaron el sol y se dejó venir un torrencial aguacero. ¿Los chavalos? ahí seguían. Con el mismo entusiasmo, igual de divertidos y hasta orgullosos de estar resistiendo las locuras del clima para llegar a su meta de recoger dinero para ayudar a construir casas y borrar los asentamientos.
Porque esa es la otra etapa que cumplen con entusiasmo. Muchos conforman grupos que van a construir las casas. Un esfuerzo con el que sin duda le cambian la vida a una familia de escasos recursos. Pocas cosas los podrán hacerse sentir más orgullosos. Otro evento que veo despierta un entusiasmo similar es el del Teletón, en el cual cada año miles de chavalos y chavalas se lanzan a las calles a recoger dinero para los centros de la organización Los Pipitos.
¿Qué hace que estas actividades despierten el entusiasmo del chavalero? Bueno, no vamos a pasar por alto que andar en la gavilla tiene su atractivo cuando se es adolescente. El mismo efecto despertaba en los muchachos de mi generación la Colecta Nacional de la Cruz Roja. Sin embargo, creo que tanto antes como ahora hay un factor más profundo. Estos esfuerzos que hace la muchachada se ven hechos realidad en corto tiempo. En cuestión de meses ellos están viendo las casitas levantarse, muchas veces con sus propias manos. O en el caso del Teletón, los centros de los Pipitos se van alzando por todo el país, todos bien equipados. Esto les refuerza el sentimiento de que las cosas pueden cambiar y que no son tontos útiles. Que uno, el individuo, puede hacer cosas que hacen la diferencia. Sin duda eso es un motor importante.
Pero hay algo más: La eterna esperanza de la juventud. La mayoría de nosotros, los que ya vamos más adelante en el camino, tal vez agobiados con uno y mil problemas, de mala gana hurgamos en nuestros bolsillos por un par de monedas. O si el día no ha sido tan malo buscamos las monedas con un poco más de ánimo, quizá recordando cuando éramos nosotros los que estábamos del otro lado de la ventanilla. Pero ya esa esperanza, ese optimismo de cambiar las realidades sociales ha desaparecido en muchos de nosotros.
Estamos claros que la juventud se va “para nunca más volver”. Pero, ¿tiene que irse irremediablemente también la esperanza? Los nicaragüenses estamos inmersos en una sociedad en la que prácticamente hace falta todo y nada funciona. A los más viejos, luego de tantos fracasos y desilusiones, ante la inmensidad de la tarea y la conciencia de nuestra temporalidad no nos queda mucho optimismo para emprender nuevas luchas, sin embargo, caer rendido, conformarse, es solo una manera de morirse más rápido.
Quizá deberíamos los mayores copiar este modelo de los chavalos. La magnitud del reto —nada más y nada menos que desaparecer los asentamientos de Nicaragua— no los amilana. Ellos no están pensando en acabarlos mañana. Ellos van una casa a la vez, un peso a la vez. Y no importa que la alcancía esté vacía a media mañana, ni que el sol esté fuerte, ni que llueva a cántaros horas más tarde. Ellos saben que cada córdoba que reciben muy pronto estará haciendo su aporte para cambiarle la vida a una familia nicaragüense. Y ellos lo saben porque la casa la levantan ellos mismos.
Tal vez es por ahí la cosa. No dejar las tareas en manos de otros. No tener temor a enfrentar grandes retos tampoco, saber que los debemos resolver paso a paso y no de una sola vez, y sentir satisfacción ante cada etapa completada, aunque el sol queme, aunque la lluvia moje y aunque el cansancio agobie. / Eso de que la juventud es eterna sabemos que es una mentira. Pero la esperanza, y las lecciones que nos enseña sí pueden ser eternas, y ojalá, contagiosas.
@GuayoPeriodista
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