Twitter: Fabian_Med
PRIMERA VIOLACIÓN
Una niña de 12 años, con problemas mentales, juega bajo la lluvia con su perro. Lo hace en la zona más segura de Nicaragua. Los alrededores de la casa-oficina de Daniel Ortega. Vallas cierran las calles. Policías y escoltas hormiguean en cada esquina. No fue suficiente. Un grupo de policías —de los que debían cuidarla mientras jugaba— la montaron por la fuerza en una camioneta. Aparentemente le apuntaron con un arma, le taparon la boca y la violaron uno tras otro durante varias horas seguidas.
SEGUNDA VIOLACION
Un padre desesperado busca a su hija, que salió en la tarde a jugar en la lluvia con su perro. Pide ayuda. La niña aparece al día siguiente con la mirada perdida y la ropa desgarrada y ensangrentada. Relata la violación grupal. Deciden poner la denuncia en el Distrito Dos de la Policía. No les hacen mucho caso. Incluso hay quien insinúa que fue sexo consentido. ¡Por Dios, es una niña de 12 años! El caso no prospera. La Policía mantiene silencio, más preocupada por su imagen que por esclarecer el delito. Veinte días después de la violación el padre decide hacer pública su tragedia. Reacciona por fin la Policía.
¿TERCERA VIOLACIÓN?
La comisionada Aminta Granera está obligada a pedirle disculpas a la niña violada. No porque ella tenga algo que ver con la violación, sino porque la Policía estaba obligada a protegerla y no lo hizo. Al contrario. Fueron policías quienes la violaron. Y fueron policías, de alto, mediano y bajo rango quienes decidieron que era mejor darle largas al asunto. Hacer las del gato. Y Granera está obligada además a cuidar que la institución que dirige aporte todas las pruebas que conduzcan al castigo de los criminales, antes que esta pobre niña sea violada por tercera vez con un veredicto de inocencia por insuficiencia de pruebas, como suele ocurrir con demasiada frecuencia.
ANIVERSARIO
Y, este hecho, sumado a la proliferación de las mordidas en Tránsito, a las reiteradas denuncias de violaciones en las celdas preventivas y al comportamiento agresivo e irrespetuoso de muchos de los agentes, debería hacer que la institución se pregunte… ¿qué está pasando? ¿De qué Policía estamos hablando en este su 33 aniversario? ¿De la que exhibe jubilosa un narcoquiebre o de aquella que decidió hacerse de la vista gorda cuando a quienes apalean son ciudadanos opositores? ¿De la que destina tantos policías y recursos a proteger la humanidad y bienes de Roberto Rivas o de la que nunca llegó al llamado de un delito en un barrio cualquiera? ¿Del policía que muere defendiendo la ley o de la jefa policial que sigue en su puesto violando la ley?
SALDO POSITIVO
En suma y resta, creo que todavía el saldo es positivo. No todo está perdido. Pero la Policía no puede ignorar las señales que le están llegando de ese deterioro ético que se ve aflorar en, para ser justos, algunos de sus miembros. Debe darle mayor importancia a la formación ética de los policías antes que lleguemos al punto, como en Guatemala, donde el ciudadano teme más a los policías que a los narcos y ladrones. Debe evitar la creciente partidarización de sus filas, antes que se vuelva una policía política como ya lo fue en otros tiempos. Debe, sobre todo, respetar las leyes, que precisamente para eso es que existe.
ESCOLTAS
¿Qué explicación tiene la desmesurada escolta que protege a Daniel Ortega? Desde doña Violeta a Bolaños, ningún presidente usó para moverse caravanas tan numerosas, ni la cantidad de escoltas policiales, partidarios y encubiertos, como los que acompañan a Ortega. No estamos en guerra y nunca se ha conocido que alguien planee siquiera lanzarle un tomatazo al presidente inconstitucional. Sería bueno que a estas alturas la Policía explicara bajo qué premisas se destinan tantos recursos al cuido de Ortega. ¿Corre más peligro que otros presidentes que usaron menos protección? ¿O solo es un gasto de nuestro dinero para cubrir la necesidad de un alma acomplejada que quiere mostrar poder para sentirse Dios?
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