Sobre el paisaje azul de tu firmamento, y evocando tus glorias pasadas, te escribo, Patria. Me ocupo de ti, por ser la patria de todos; la nación que muy a pesar de los males que te agobian, encarnas ideales y esperanzas para un mejor porvenir, lejos de crónicas ambiciones y de usuales confrontaciones que han sido la tradicional referencia en el espacio de los trágicos tiempos que te han venido a generar hoscos resultados.
Pero por encima de dañinos intereses sostenidos por los emuladores de la infamia, tienes que levantarte victoriosa cuando los aires de otros amaneceres y de provechosas realidades, soplen con optimismo señalando mejores caminos bajo la protección de tu bandera azul y blanco, símbolo de redención, por ser el único estandarte que inspira confianza, en cuyo manto de diáfanas purezas la República se muestra más altiva, demandando respeto, y veneración. Nada se ha perdido si estimamos que el futuro es tuyo; que tienes que levantarte de las cenizas como el ave fénix, porque los errores mismos no son de tu propia responsabilidad sino de aquellos que infringiéndote viles traiciones, a sabiendas de lo que hacen y siguen haciendo, lesionan tu integridad como si fueras exclusivo patrimonio de ellos.
Si ayer, en San Jacinto, una columna de bravos patriotas con el concurso de su sangre escribieron para la posteridad la audacia de sus valores, lo hicieron casualmente para defenderte intrépidamente de tantos villanos que violentando tu suelo quisieron hacer de vos una colonia, pero a ese siniestro empeño se antepuso el nacionalismo de José Dolores Estrada, Andrés Castro, Patricio Centeno, y Juan Gómez, acérrimo combatiente en esa heroica jornada, este último nacido de las entrañas provincianas del municipio de Palacagüina, Departamento de Madriz, quien con su arma libertadora vomitando el fuego del patriotismo, y su admirable nicaraguanismo se enfrentó a los filibusteros de aquella época, y desafió con honor y decoro los pusilánimes propósitos de los invasores, tal como lo dejara anotado en sus brillantes memorias el sobresaliente y laureado historiador neosegoviano doctor Emilio Gutiérrez Gutiérrez, cuya talentosa pluma de lúcidas enseñanzas sirve de orientación educativa a las pasadas, presentes, y venideras generaciones, porque quien desde la cátedra de la cultura se vuelve en un apasionado constructor de la verdad, tiene a su favor el positivo veredicto de las mayorías ciudadanas.
Abogamos por una república donde se manifieste la igualdad de derechos; donde la administración de justicia no siga siendo usada con fines partidarios por jueces y magistrados venales que le restan crédito a su majestad. Anhelamos una nación donde la ley no sea para aplastar al débil; una sociedad que promueva los valores morales…
Abogamos también por una patria limpia de odios y de rencores. Una Nicaragua donde el diálogo permanente sea fuente de entendimiento, donde unos y otros en el uso de la razón depongamos sentimientos negativos, que mucho daño le han causado y le continúan causando a este país, imponiéndole absurdas divisiones que no caben en el contexto de una soñada civilización, a la cual aspiramos con la natural perseverancia que el espíritu nos concede y hasta entonces poder edificar la Nicaragua que a corto plazo requerimos.
El autor es periodista de Somoto.
Ver en la versión impresa las páginas: 11 A
