Rosario Murillo tiene una gran ventaja: habla muy bien inglés. Cuando llegan los embajadores o representantes del BID, AID o BM, les conversa fluidamente. Cuando viaja no necesita intérpretes. Ella ve televisión extranjera y tiene acceso instantáneo a libros, revistas y publicaciones en ese idioma. Ojalá apreciara suficientemente esa ventaja, que adquirió en su juventud y que tanto le ha servido, para usar su considerable músculo político en extender la enseñanza del inglés a quienes no pueden pagarla. El beneficio que le daría a su pueblo sería inmenso.
En términos de ingresos y capacidad de empleo, dominar el inglés en Nicaragua, cosa que es factible en un año, equivale a obtener una carrera universitaria. Los “call centers” ofrecen de entrada salarios de 500 dólares mensuales a quienes lo hablan, monto que no logran devengar un alto porcentaje de los egresados de nuestras carreras de cinco años. Hablar inglés saca automáticamente de la pobreza, multiplica las posibilidades de empleo y abre todo un horizonte de aprendizaje continuo.
Países como China, a pesar de su ideología política neo-comunista, no han tenido empacho en oficializar la enseñanza obligatoria de ese idioma. 300 millones de chinos lo aprenden actualmente, sencillamente porque el Gobierno sabe que es una excelente inversión social.
En Nicaragua tenemos la posibilidad de dar un salto espectacular hacia la creación de un gran sector de población bilingüe. Ya hemos visto, en los excelentes reportajes de la periodista Jeniffer Castillo, como desde 1995 el CNU ha recibido más de un billón de dólares para producir una cosecha de graduados cuya empleabilidad, nivel de ingresos, y contribución al desarrollo económico del país nadie ha tenido la ocurrencia de medir, alimentando la percepción de que gran parte de los fondos caen en saco roto.
Si el CNU se propusiese racionalizar y usar en forma óptima los más de cien millones de dólares anuales que recibe, una de las medidas a tomar más inteligentes sería suprimir algunas carreras, actividades y asignaturas improductivas —que no son pocas— y canalizar dichos fondos hacia la enseñanza del inglés. Si el CNU simplificase sus cargados y anticuados currículos y asegurase un año de inglés para sus estudiantes, en muy poco tiempo sus egresados duplicarían su nivel de ingresos y posiblemente triplicarían sus posibilidades de empleo.
Para los profesionales del mundo globalizado de hoy, hablar inglés ya no es una mera ventaja sino algo indispensable. Las ventajas para quienes lo hablan, y las desventajas para quienes lo ignoran, son y serán cada día más grandes. Incluso lo están siendo ya para una gran gama de oficios relacionados con el turismo como meseros, choferes, empleados de hoteles y restaurantes.
Para el CNU el costo de capacitar a 5,000 jóvenes anuales representaría menos del 8 por ciento de su presupuesto (la base de cálculo son los 1,880 dólares que cobra el Colegio Americano por sus 14 niveles de inglés). Imaginemos la diferencia que haría egresar 5 a 10 mil alumnos bilingües, tanto en el futuro de ellos mismos como en la productividad nacional. Un país con muchos recursos humanos bilingües atrae mucha mayor inversión; no solo en call centers, sino en todos aquellos negocios donde el inglés juega un rol importante, es decir, en casi todos.
Es un crimen desperdiciar los impuestos de los contribuyentes en carreras o egresados de futuro opaco, habiendo alternativas mucho mejores. Y más cuando para lograrlo no hace falta gastar más sino invertir mejor lo que se tiene. Lo único que se requiere es voluntad política y apertura mental. El CNU y la primera dama tienen en sus manos una decisión que produciría una cosecha abundante.
El autor es sociólogo y fue ministro de educación 1990-1998.
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