Amalia del Cid
Se calcula que en Nicaragua hay unos 150 mil caballos carretoneros. Managua es la ciudad en la que más sufren, ya que no encuentran pasto.
Los alimentan con “barrido de mercado”, sobras que les producen cólicos y hasta la muerte, señala el doctor Enrique Rimbaud, veterinario.
[/doap_box]
La vida de los caballos cholencos no es vida. No lo era antes de que se aprobara la Ley de Protección Animal y no lo es ahora, porque las ordenanzas municipales que deberían protegerlos solo son más que papel mojado en las gavetas de las alcaldías y la Policía Nacional.
Las yeguas no deben jalar carga cuando están preñadas, pero lo hacen; los potrillos tampoco deberían trabajar, sin embargo, los obligan, señala María Elena Solórzano, veterinaria y miembro de la fundación protectora de animales, Amarte.
“Si hay una denuncia no se lleva a cabo, porque la Policía no tiene gente capacitada, porque no hay disponibilidad y porque salen con la excusa de que no hay espacio para poner a los animales decomisados. No saben qué hacer, se pelean, no saben si le toca a la Policía o a la Procuraduría”, expresa la doctora.
Según Solórzano, las ordenanzas ya están aprobadas en Managua, Granada y Diriamba y es deber de las alcaldías, en coordinación con la Policía, garantizar que se cumplan.
Aunque en dos meses la Ley de Protección Animal cumplirá dos años, en Amarte se siguen viendo casos de cholencos que trabajan con los huesos fracturados, que aguantan hambre y sol, que se quedan ciegos porque los ojos se les llenan de gusanos y que jalan carretones hasta que el lomo les queda en carne viva.
Uno de los peores casos —cuenta Solórzano— es el de un caballo que empezó a ser destazado cuando aún estaba vivo, porque a sus verdugos “no les dio tiempo de matarlo”. Pero hay historias con buen final, como la de Ramón, que fue adoptado y ahora jubilado, trota y corre en la finca de su protectora.
Ver en la versión impresa las páginas: 4 A