Amalia del Cid
José María Rodríguez era de la Contra, mientras que Francisco Carranza peleaba en el Ejército Popular Sandinista. Hace muchos años se salvaron esas diferencias y hoy los unen dos grandes verdades: son lisiados de guerra y para sobrevivir trabajan en los parqueos del mercado Roberto Huembes.
No son los únicos. De los 36 miembros de la Asociación de Discapacitados por la Reconciliación y un Trabajo Digno, la mayoría sufrió lesiones permanentes durante la guerra de los años ochenta. Unos tienen “charneles” en la cabeza, a otros les falta un ojo y este perdió las piernas o los brazos.
Pero también están los discapacitados por accidentes o enfermedades. Ninguno tiene seguro médico.
Todos los miembros de la asociación —cuenta Rodríguez— sobreviven de las “propinas” de los conductores y un “salario” de unos dos mil pesos mensuales (nunca es fijo) que sale del dinero obtenido a través de la venta de boletos de entrada en los aparcamientos del mercado Huembes y el Iván Montenegro.
Hay personas que no saben eso y se niegan a pagar diez córdobas por espacio de parqueo y vigilancia. Otras sí lo saben, pero no les importa.
HISTORIAS
Daniel López nació sano. Si hoy se le ve chiquito y retorcido es por culpa de la poliomielitis. Antes fue lotero, ahora cuida carros en el Iván Montenegro.
Pese a que lleva cuatro años trabajando en esto, aún no está integrado a la asociación y no recibe ningún salario. Vive de los cinco o diez pesos que le dan los choferes de buena voluntad. En un buen día puede recoger 200 córdobas.
A cambio aguanta sol, lluvia e insultos. “La gente nos mira como nada. Nos llaman vagos, mantenidos… y nos dan burlas por el físico”, dice López.
Así sobreviven. No acostumbran quejarse. Es más, algunos, como José Rodríguez, dicen: “Gracias al presidente porque nos da el derecho de trabajar aquí”.
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