Antes que Jack Canfield, Frantz Fanon lo había dicho, y mucho antes que ambos o cualquier otro, la Biblia: todos nacemos con un propósito y quizá la misión más importante que nos toca es, dentro de cierta opacidad, identificar, apropiarnos y honrar ese fin para lo cual fuimos creados.
Hay quienes logran ir directo al punto. A otros les toma un poco más de tiempo descubrir el propósito en sus vidas, pero una vez que lo consiguen, despliegan todo su potencial para hacer realidad esa intención y alcanzan el éxito. Edgar Tijerino pertenece a este grupo.
Dotado de un insaciable afán por aprender, una pasión sin límites y un entusiasmo sin fecha de vencimiento, Tijerino no solo se ha convertido en el mejor periodista deportivo del país, sino en un motivador por excelencia, que inspira con su letra y sus palabras.
Reducir a Edgar al ámbito estrictamente periodístico, no sería justo, cuando cada día desde el micrófono o mediante el texto, no solo reconoce el buen desempeño deportivo, sino que insta a la búsqueda de la excelencia y a establecer diferencia sin importar el entorno en el cual nos movemos.
Tijerino descubrió su propósito mediante la lectura apasionada, cuya riqueza luego comparte con nosotros a través de ese ritmo eléctrico y esa adjetivación explosiva con que escribe, porque sabe que sus lectores esperan algo más que la repetición de los acontecido al día siguiente.
Su ingreso al Salón de la Fama del Deporte Nacional, da un poco de respetabilidad a ese local, donde se atesoran hazañas y proezas de héroes deportivos, y desde el viernes, al mejor relator de ellas.
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