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Nicaragua no puede seguir esperando

Mientras la transición demográfica duró más de un siglo en los países desarrollados, la misma esta transcurriendo mucho más rápido en los países en desarrollo, incluyendo el nuestro. Francia tardó 115 años para dar cabida a una duplicación de su población de adultos mayores desde un siete por ciento al 14 por ciento de su población total. Este proceso relativamente lento fue común en otros países europeos y en América del Norte.

Adolfo Acevedo Vogl (*)

Mientras la transición demográfica duró más de un siglo en los países desarrollados, la misma esta transcurriendo mucho más rápido en los países en desarrollo, incluyendo el nuestro. Francia tardó 115 años para dar cabida a una duplicación de su población de adultos mayores desde un siete por ciento al 14 por ciento de su población total. Este proceso relativamente lento fue común en otros países europeos y en América del Norte.

La mayoría de los países en desarrollo está envejeciendo mucho más rápido. La transición en Chile transcurrirá al mismo ritmo que en China, en solo 24 años, en Brasil se proyecta en 21 años, y en Colombia se proyecta que ocurrirá aún más rápido, en 19 años. En Nicaragua este proceso tardará 25 años.

Es importante sin embargo detenerse a reflexionar sobre el hecho de que en nuestro país este proceso tan rápido de envejecimiento de su población ocurrirá en el contexto de un patrón de crecimiento económico que reproduce el atraso y la pobreza. Este patrón de crecimiento se caracteriza por lo que la Cepal definió como una elevada heterogeneidad estructural.

Esto significa que, a la par que algunos sectores y empresas tipificados por el uso de tecnologías intensivas en capital, los cuales generan predominantemente empleo formal, cuya productividad es superior a la media, existen sectores y unidades económicas con limitado o nulo acceso a capital y tecnología, que generan principalmente empleo informal, de bajísima productividad, equivalente en la mayor parte de los casos al subempleo.

La profundidad de esta polarización de la estructura económica y del empleo se expresa en el hecho de que siete de cada diez empleos que genera nuestra economía son empleos precarios e informales. A la vez, la mayor parte de los empleos son generados por las actividades económicas de menor productividad: la actividad agropecuaria tradicional, el comercio y los servicios informales, e incluso la mitad del empleo manufacturero.

Nuestra economía requerirá multiplicar por 3 o 4 la productividad media del trabajo en las próximas décadas para contrarrestar el deterioro de la relación personas económicamente activas/adultos mayores, que traerá aparejado el proceso de envejecimiento. Solo mantener el consumo per cápita de bienes y servicios para una población que continuará creciendo hasta 2070 exigirá importantes aumentos en la productividad.

Sin embargo, los incrementos en la productividad media no se lograrán concentrando aún más las inversiones en los sectores que ya son los de mayor productividad. Dichos sectores, precisamente por su elevada productividad, generan porcentajes sumamente reducidos del empleo total, de manera que aumentos ulteriores en la productividad de los trabajadores ocupados en ellos tendrán un impacto insignificante sobre la productividad promedio.

Por el contrario, los incrementos en la productividad en los sectores caracterizados por una productividad muy inferior a la media, se traducirán en incrementos visibles de esta última: dado su peso en la generación de empleo, cualquier aumento en la productividad en estos sectores generará un efecto ponderado importante sobre la productividad promedio.

Además, dado el enorme rezago en la productividad que caracteriza a estos sectores, incluso mejoras relativamente modestas en el acceso al capital y la tecnología es capaz de generar mejoras apreciables en la productividad, y existe suficiente margen para que la misma siga mejorando durante un buen tiempo.

El sector agropecuario es el principal empleador de nuestra economía pero es el sector de menor productividad. Dado el limitado tiempo que resta, el esfuerzo nacional concertado y de la requerida envergadura por modernizar, capitalizar, intensificar e industrializar este sector no puede seguirse posponiendo. Esto deberá permitir que la productividad de este sector fundamental aumente de manera sistemática, aprovechando los amplios márgenes que existen para ello.

Pero también la economía urbana deberá intensificarse, diversificarse y modernizarse, para que también aquí se produzcan incrementos sistemáticos en la productividad del trabajo.

La transformación, capitalización, intensificación y diversificación del aparato productivo, y la construcción de cadenas de valor cada vez más densas, requerirá, primero, de un mecanismo de coordinación de esfuerzos e inversiones, con vistas a desarrollar ventajas comparativas dinámicas en diversos territorios y sectores.

Segundo, demandará el establecimiento de un mecanismo capaz de responder a la necesidad de financiar la inversión de mediano y largo plazo indispensable para lograr estos fines, así como de transferencia de tecnología.

Esta transformación representará una elevada demanda de fuerza de trabajo calificada. Esto conllevará la exigencia de aumentar de manera significativa la inversión en capital humano, pero también presentará presiones muy específicas sobre el sistema educativo, en términos del tipo y calidad de calificación de la fuerza de trabajo.

El incremento en la inversión en capital humano de los niños y adolescentes se traducirá en productividad e ingresos incrementados para la siguiente generación de trabajadores, los cuales, debido a ello, y a la progresiva disminución de la población en edad escolar, podrán aumentar todavía más la inversión en capital humano per cápita de la futura generación, y así sucesivamente.

Si bien todavía quedan tres décadas para hacer un esfuerzo concertado y sostenido para desarrollar el país antes de arribar a la fase plena de envejecimiento, el país no puede seguir esperando para iniciar esta transformación. Después podría resultar demasiado tarde.

(*)Economista

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