Amalia Morales
Meterse dos años a describir cómo vive su propia autonomía la gente en un caserío perdido del Caribe nicaragüense —región que poco se mira desde el Pacífico, o se hace solo para referir sucesos como un quiebre narco o las secuelas de un desastre natural— fue lo que hizo Salvador García, estudiante de antropología, nica-argentino.
El punto perdido se llama Sangnilaya, una comunidad que está en la ribera del río Wawa, embutida en los pinares del llano, y que hasta el 2007 contaba con 514 personas repartidas en 78 casas.
Sangnilaya se fundó en 1912 y es una de las 14 comunidades del llano norte en Bilwi, en la Región Autónoma del Atlántico Norte (RAAN).
Allí, según García, se ejerce una autonomía distinta, cotidiana, que no ha figurado en ningún libro hasta ahora, en la tesis que él escribió sobre la comunidad y sobre la costa, y que le dio para revolver teorías y terminar cuestionando conceptos como costa y autonomía.
Antes de conocer a Ángela, una matrona del caserío y de entender que en Sangnilaya no valdría la pena montar una cooperativa, pero sí daría resultado aprovechar la organización de los clanes familiares, García llegó a esta comunidad con un propósito pasajero.
El antropólogo presentará su tesis el próximo miércoles en la Universidad Centroamericana. La investigación auspiciada por la universidad cuenta con comentarios de reconocidos académicos extranjeros y nacionales, como el antropólogo Miguel González, de origen costeño, radicado en Canadá.
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Andaba trabajando en el 2005 para una estrategia de electrificación rural. Estaba en la parte de comunicación y le encargaron escribir los guiones para un programa de radio que se grababa en Managua en miskito y mayangna, y luego se transmitía en emisoras de la región. Así es como se fue quedando para contar esa realidad que le parecía tan lejana desde la capital, pero que siempre había querido conocer: la costa, los costeños.
LA CASA DE LA KUKA
Lo que al ojo novato pueden parecer casas sencillas de madera y zinc, montadas sobre tambo y dispuestas al capricho de sus moradores, en realidad responden a una red.
La casa más importante es la de la Kuka, la abuela, y las otras casas alrededor son de las hijas, con sus hijos y sus parejas, que se van de la casa principal, pero siguen atadas por un cordón umbilical imaginario.
García explica que a través de esas redes se comparten alimentos, se resuelven problemas domésticos. “Es una red de solidaridad”, dice.
Entre las autoridades que definen el autogobierno de la comunidad están el juez o wihta, los maestros, los ancianos, las parteras.
Las comunidades en la RAAN están lejanas unas de otras. El sistema de transporte público es precario, ineficiente. Para llegar a Bilwi a Sangnilaya, con suerte, son cuatro o cinco horas de viaje cuando no se desborda el río, cuando no se quiebra alguna pieza del bus, etcétera. Aún así, los lazos son estrechos entre los caseríos.
García dice que Sangnilaya “está emparentada con 35 comunidades más” del llano norte y sur, de Las Minas, el río Coco y al otro lado —en Honduras—, a las cuales se va “para sacar madera, para buscar novio”, sobre las cuales se ejercen derechos a través de esos vínculos de sangre.
Tampoco puede decirse que allá la gente viva de una sola cosa. Cultivan para comer, siembran tubérculos como la yuca y musáceas como el plátano, que dan cosecha casi todo el año.
Los plantíos quedan a la orilla del río o en fincas distantes de la comunidad. Y los que trabajan la tierra son los hombres, pero también las mujeres y los niños. Funciona una “triada familiar”, explica García.
EL TRAUMA DE LA GUERRA
Hablando con los comunitarios, García se enteró del sufrimiento de estas comunidades. Supo que en 1983, durante la guerra, el Ejército llevó camiones para trasladarlos a Sisin y evitar que proveyeran a miembros de la contrarrevolución.
“Hombres y mujeres fueron obligados a subir y solo se les permitió llevar unos pocos objetos personales, como ropa, frazadas, algunas herramientas y utensilios de cocina. Sus hogares y las dos iglesias fueron incendiadas, y todos los animales que pudieran servir como alimento a la Contra fueron ultimados… En Sisin permanecieron durante cuatro meses junto con otras ocho comunidades que habían pasado por la misma experiencia traumática. Allí vivieron hacinados en un galpón construido para la ocasión. Por razones de vigilancia y temiendo alguna colaboración con “el enemigo” tenían prohibido ir al bosque a sembrar, pescar o cazar”, escribe García en su tesis.
“No era nuestra casa, no era bueno, estábamos de mantenidos nada más”, le dijo uno de los entrevistados.
García, quien aprendió un nivel básico de miskito, explicó: “Cuando hablamos de autonomía también hablamos de determinadas prácticas a través de las cuales los habitantes de una comunidad reproducen y negocian niveles de agencia, incidiendo en la trayectoria de su etnicidad y en las relaciones con su entorno”. Este nica argentino se graduó como antropólogo con esta tesis, quien al escribir sobre Sangnilaya y su historia terminó escribiendo sobre la historia de la costa, sobre la mitad de este país.
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