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El tren representa un gran peligro para miles de migrantes centroamericanos que pasan de tránsito por México. Este es del Estado de Chiapas. LA PRENSA/CORTESÍA MS-ActionAid Dinamarca

Migrantes entre los cárteles y corruptos

Denis Leonel Pavón, de 33 años, dejó La Ceiba, Honduras, donde habitaba, no solo porque estaba insatisfecho con los ingresos que él y su familia obtenían de la venta de comida y refrescos, sino por la inseguridad que reina en su país.

 

Elízabeth Romero

[doap_box title=”Mexicanos también hablan de desapariciones” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]

Como si fuera poco, los migrantes se encuentran con otra situación que enfrentan las mismas familias mexicanas, como son las desapariciones forzadas, que ni siquiera sus familiares logran que las autoridades mexicanas investiguen qué pasó.

Raúl Reyes, padre de Raúl Ignacio Reyes, de 30 años, desaparecido desde hace más de tres años en Saltillo, Coahuila, apunta que la justificación que ofrecen las autoridades locales es de que “eran maleantes”, por tanto dicen: “¿Para qué los buscan?”

El hijo de Reyes desapareció en el trayecto a Piedras Negras, sobre las circunstancias es poco lo que la familia conoce, primero les dijeron que junto con él desaparecieron 11 personas, después que fueron 24. “Aquí ya hay que andar con cuidado, evitar andar en la noche”, dice Reyes para resumir la inseguridad de ese Estado, y agrega: “Puede estar un alto, hay un carro parqueado, llega una camioneta por atrás, a la persona que va manejando la jalan, ‘dame tus llaves’ (le dicen), se las llevan”.

Una de las hipótesis que se hacen en el colectivo de las Fuerzas Unidas por Desaparecidos en Coahuila (Fundec), dice Lourdes Herrera, es que los desaparecidos son obligados a realizar trabajos forzados pues a los que se llevan son personas que se dedica a diferentes ocupaciones.

Cuatro familiares de Herrera están desaparecidos: su esposo, su hijo de 8 años y dos cuñados.

Ambos compartieron experiencias con las madres y parientes de migrantes centroamericanos desaparecidos a su paso por México. Entre ellos iban 12 nicaragüenses que viajaron gracias al esfuerzo del Servicio Jesuita para Migrantes y MS-ActionAid Dinamarca.

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II y ÚLTIMA ENTREGA

Denis Leonel Pavón, de 33 años, dejó La Ceiba, Honduras, donde habitaba, no solo porque estaba insatisfecho con los ingresos que él y su familia obtenían de la venta de comida y refrescos, sino por la inseguridad que reina en su país. “Por la falta de oportunidades en nuestro país, la cosa está bien difícil, mucha delincuencia también, todo eso lo obliga a uno (a migrar)”, señala Pavón, mientras junto con un grupo de migrantes descansa bajo el fresco de un árbol, cercano al albergue La 72, en Tenosique, Tabasco.

En la primera semana de octubre tomó la decisión de marcharse y buscando mejores horizontes partió sin documentos hacia Estados Unidos. Por equipaje llevaba una mochila, en la que a lo sumo aliñó una mudada, y que muchas veces le sirve de almohada.

Al despedirse de su familia iba cargado de esperanzas: “Pienso mejorar la casa, donde vivimos y comprar un solar para mi mamá”.

Cuando pisan territorio mexicano los migrantes se topan con varias realidades, transitar en el tren que representa una pesadilla para muchos y, o, burlar la vigilancia migratoria que los expone a bandas delictivas y a funcionarios corruptos que los venden a las bandas.

El hondureño dice estar claro de esto. Las historias que han llegado a sus oídos son aterradoras: “Que de repente uno tal vez se cae del tren y que el tren le corta una pierna, de repente lo secuestran y se los llevan a unos ranchos y de repente piden rescate por ellos y si no acceden a sus demandas, la gente puede perder la vida”.

Más adelante de donde está Pavón, en Veracruz, está su coterráneo Erick Mejía, quien ya experimentó esta situación. Cuando este pasaba por Medias Aguas, Veracruz, una noche a finales de octubre fue sorprendido por un grupo de armados, vestidos de negro y encapuchados que obligaron al maquinista a detener la marcha del tren. Cuando Mejía y el resto de centroamericanos huían, lograron ver cuando los enmascarados derribaron del tren a uno de sus compañeros que no tuvo tiempo de escapar. Mejía dijo que la víctima era un guatemalteco de unos 16 años. Nadie supo más de él.

Aún sudoroso por la larga caminata que le llevó de Medias Aguas a Tierra Blanca, Veracruz, Erick Mejía indicó que tres muchachos le advirtieron en Coatzacoalcos, que “nos pusiéramos pilas, porque teníamos que pagar una cuota de cien dólares”. La cuota obligada es para que los garroteros les hagan subir al tren.

“Hemos visto muchas cosas, secuestros de niños, violaciones, asesinatos”, apunta el hondureño quien aclara que en el trayecto deben enfrentar a policías, garroteros, maquinistas entre otros. “Es una sola mafia”, dice. Y reconoce: “Estoy viviendo la cruda realidad (…) lo poco que ganamos en nuestro país es mejor”.

EJEMPLO DE MALTRATO

En las vías del tren de carga en Arriaga, Chiapas, están una mujer sucia, da la apariencia que está drogada y arrastra las palabras al hablar. En los brazos se aprecian las huellas de raspones.

Dice que su nombre es Patricia López Martínez, que es migrante y fue deportada de Estados Unidos. No precisa su país.

Mientras pasa la caravana de centroamericanos que buscan a sus parientes migrantes desaparecidos, la mujer aprovecha para denunciar el maltrato sufrido. “¡Cómo abusan de nosotros! Me tiran de la máquina a golpes. Los policías abusan, me tiran en el monte y me golpean, miren lo que me han hecho”, aseguró la mujer mientras muestra las heridas y golpes.

Nadie escucha a la mujer que parece indigente y dice: “Me tumbaron de la máquina y me atropelló (…) me dejaron en la calle, me perdí en la droga de coraje, me robaron la ropa y la comida”.

La realidad es que por esos Estados cerca de los albergues van y vienen hombres que están en el total desamparo: con ropas raídas, sucios, los zapatos rotos, muchos de ellos con alguna discapacidad provocada por el tren o como consecuencia de la adicción en la que cayeron. Ya no regresan a sus hogares.

LA RUTA DEL GOLFO

Y en territorios como Tabasco, Veracruz, Tamaulipas, los migrantes se encuentran con lo que el defensor de los migrantes Rubén Figueroa llama “la tenebrosa ruta del golfo”, una vía muy disputada entre los cárteles del narcotráfico Los Zetas y El Golfo.

“Una zona muy violenta porque se da el trasiego de drogas, de armas”, indica Figueroa. Y para las mujeres “es un verdadero infierno” porque pueden ser víctimas de violación hasta de los mismos migrantes, así como por delincuentes que las abusan y secuestran.

El diputado indígena de San Luis Potosí, Filemón Hilario Flores, miembro de la Comisión de Derechos Humanos en el congreso de ese Estado resumió que hay municipios donde a las 6:00 p.m. “la gente va y se mete a sus casas y no sale”.

“Eso ocurre desgraciadamente aquí en la zona norte del altiplano porque colinda con Zacateca (…) hemos estado allí y la verdad sí se siente un ambiente hostil”, dijo Flores, quien lamentó que los migrantes sean “carne de cañón”, pues en muchos casos ante la necesidad aceptan el salario de 1,500 pesos que les paga al crimen organizado por realizar trabajos indignos.

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