Osvaldo A. Tijerino Guerrero
El comienzo de esta hermosa historia se inicia con la preparación que hace Dios eligiendo desde la alborada de los tiempos a la mujer que iba a ser la puerta de entrada al mundo de nuestro redentor.
Dios elige el mejor camino para enviarnos al Salvador, y ese camino es María Santísima.
Pero hay que notar algo que no podemos pasar por alto, ese redentor era el Hijo de Dios, el Emmanuel (Is.7.14) y por lo tanto para venir a formar parte de nuestra historia se necesitaba que naciera de una mujer para que fuera perfecto hombre y perfecto Dios, aunque Dios hubiera podido elegir cualquier forma para venir a nosotros eligió la forma que le pareció más adecuada y natural.
“Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su hijo, nacido de mujer”. (Ga. 4.4). Sabiendo Dios padre de la pureza y santidad de su hijo por ser Dios, al elegir a la que iba a ser su madre, tenía que tener esmero y sumo cuidado pues sería la mujer que iba a dar carne y sangre a Jesucristo, mujer especial que pudo contener en su vientre al que no puede ser contenido en el universo entero, Jesús el hijo del Altísimo y de María Virgen.
De ahí que la Iglesia católica en el prefacio de la Purísima Concepción lo repite cada 8 de diciembre: “Purísima había de ser Señor la Virgen que nos diera el cordero inocente que quita el pecado del mundo”. “Salve María llena de gracia” (Lc. 1.28) es el saludo del Arcángel Gabriel a María.
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¿Y qué otra cosa podría significar ese “llena de gracia” si no es ausencia total de pecado?, todos fuimos concebidos en pecado desde el vientre de nuestras madres. “Mira que en culpa nací pecador me concibió mi madre” (salmo. 50.7), pero en Cristo por ser Dios y María por ser su madre esto no se podía dar, y es en atención a Cristo Dios y por todos sus méritos que su madre tenía que ser exenta de todo pecado desde el momento de su concepción, es por eso que con mucha razón decimos “la Purísima Concepción de María”. “Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre su linaje y tu linaje” (Gen. 3.15), es lo que le dice Dios al demonio esbozando ese distanciamiento entre la mujer (María) y el pecado, escena que se repite en la lucha del dragón contra la mujer, en libro del apocalipsis capítulo 12, la vencedora será siempre la mujer (María).
En conclusión María desde el seno de su madre Santa Ana fue exenta de todo pecado y lo cantamos los nicaragüenses tan doctrinalmente perfecto en aquella bella estrofa del “salve salve”: “Y al mirarte entre el ser y la nada, modelando tu cuerpo exclamo: desde el seno será Inmaculada si del suyo nacer debo yo”.
Toda esta doctrina fue ganando adeptos a lo largo de la Edad Media y llegó a ser tema de teológicos debates en los siglos XII y XIII sobre todo entre las órdenes religiosas de dominicos y franciscanos.
Pero fue el pueblo español quien con sus monarcas, clérigos y doctores el más entusiasmado y enfervorizado con el tema de la inmaculada concepción de María, hay que recordar que aún no se había proclamado el dogma de fe que llegó muchos siglos después en el año de 1854 por el Augusto Pontífice hoy Beato Pío IX.
Con la llegada de los misioneros franciscanos a Nicaragua esta devoción por la Inmaculada se arraigó en tres lugares importantes que son: el Convento de San Francisco en Granada, el Convento de la Concepción de El Viejo en Chinandega y el Convento de San Francisco de la ciudad de León, pero fue exclusivamente en el Convento de San Francisco de la ciudad de León donde nació y desde donde se propagó a todo el país la forma de celebración que conocemos como “la Purísima y la Gritería”.
Existe un documento del siglo XVIII del alcalde y capitán de León don Alfonso de Nava que dice lo siguiente: “ ordeno que la noche de este día víspera de la limpia y pura Concepción de nuestra Señora, pongan luminarias en sus ventanas sin que nadie lo excuse”. Podemos concluir que la antigüedad del culto y la devoción a la Inmaculada Concepción en Nicaragua se remontan a los propios comienzos de la vida nacional.
Personaje importante en toda esta historia es monseñor Gordiano Carranza quien una vez finalizada la Guerra Nacional, ya para el año de 1857 siendo párroco de San Felipe de León se propuso con gran esmero y cariño revivir la celebración de la Gritería que por causa de la guerra estaba a punto de desaparecer.
No quiero terminar esta breve historia sin saludar los 450 años de la llegada a Nicaragua de la que hoy nos enorgullecemos de tener como “Patrona Nacional”: la imagen de la Purísima Concepción de El Viejo (Chinandega) que patentiza todo el amor de María por Nicaragua y todo el amor de Nicaragua por María.
El autor es sacerdote católico, párroco de la Iglesia San José de Tipitapa
Ver en la versión impresa las páginas: 10 A