Los temas que cantó Luciano Pavarotti fueron revividos en el Teatro Nacional Rubén Darío, donde se rememoró el valor obtenido durante brilló como la estrella que jamás tuvo soledad.
La sensibilidad del recuerdo se puso en el más terso de los cuadros cuando fueron los estudiantes los encargados de loarlo, mostrando sus habilidades como integrantes del grupo lírico bajo la dirección del maestro Alberto San José, quién momentos antes definió los atributos del canto dramatizado por la voz, llevado del libreto al sonido en el proceso de conjunto de la ópera. Gozarla en la magnitud de su pluralidad, no requiere acumulación de cultura como ha sido común plantearlo, sino el ejercicio del sentimiento, enaltecido por los solos y los coros.
En medio de la riqueza inusitada de vestuarios, respetada la respectiva compostura regional, la ópera será siempre representativa a través de la exposición de las diversas idiosincrasias de latitudes distantes y así hubo clasificación de sexo para el tono apropiado, el masculino para lucir su investidura, el femenino para lo suyo en las arias.
Cómo no iba a estar presente el Rodolfo de la Bohemia de Puccini que lo magnificó desde que en la mocedad reveló sus primicias como prospecto lozano en el Teatro Reggio Emilia.
En la consideración, cada uno con su batuta, la rigurosa de Francisco Jarquín y la lírica del mentor Alberto de San José con el respaldo orquestal de la Camerata Bach.
Cuando Pavarotti murió, no le dijo adiós a su gran voz porque esta continuará secundada para las nuevas generaciones en el mundo que desean con fervor ser como él, uno de los reyes magistrales en el trono de la octava do o do de pecho donde el ilustre artista fincó la elevación y calidad global de su lírica.
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