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Tragedia divagante

Amelia estaba en el patio tendiendo su ropa, acababa de lavar, la colgaba en alambres de púas, mecates, y como eran las 5:00 de la madrugada hacía un soberano frío y para calmarlo tomaba tazas de café caliente pero el témpano de sus palabras diseñadas y de ese tiempo sibilino era una realidad mordaz que degüella y cercenaba realidades desconcertantes.

Bayardo Quinto Núñez

Amelia estaba en el patio tendiendo su ropa, acababa de lavar, la colgaba en alambres de púas, mecates, y como eran las 5:00 de la madrugada hacía un soberano frío y para calmarlo tomaba tazas de café caliente pero el témpano de sus palabras diseñadas y de ese tiempo sibilino era una realidad mordaz que degüella y cercenaba realidades desconcertantes.

Cuando Amelia finalizó se fue para sus aposentos cantando y silbando. Entre dormida y despierta en su cama Rosario como a las 6:30 de la mañana se preguntaba: “Lavé mi ropa, en los fregaderos de la trinchera del lavandero. Había paredes de agua frondosa. Me fregué yo misma, había dado todo. Troté en los pasillos de mi memoria, asumí la tuya y sacrifiqué la mía”. Su pensamiento ideaba como ir avanzando para mejorar. Amelia en esos instantes se despertó asustada y dio un sendo grito, sus padres llegaron a auxiliarla, no le pasaba nada, era un sueño entre despierta y dormida. No es nada padres, les dijo Amelia. Ah bueno hija, descansá.

Amelia se quedó dormida y despertó como a las 8:30 de la mañana, sus padres ya se habían ido a sus trabajos y al hueco divagante de su memoria le arguyó: “Mientras lavaba la ropa en la madrugada guardé en mis bolsillos una ramita de olivo encapsulada y tomé prestado tu corazón Santiago para lavarlo con el mío y borrar, desactuar lo actuado”. Ella hablaba a su interioridad a un amor platónico que tenía en el vecindario. En ese instante, golpearon la puerta de su casa: toc, toc, toc., era Santiago, el cual la saludó cordialmente y acto seguido le exteriorizó: “Amelia tengo pegado en mi corazón esto desde hace algunos años, te amo y quiero que me aceptes como tu novio”, Amelia se quedó estupefacta y le pregonó: “Cuando vengan mis padres les diré, por mí no hay problema, venga ahora en la noche a las 7:00”. Está bien vendré, en efecto llegó y dijo a los padres de Amelia sus intenciones y el noviazgo inició, y conforme el tiempo contrajeron matrimonio.

Amelia y Santiago todas las mañanas se sentaban frente a su propio retrato, encerrados en su propio hueco divagante de su pasillo de la memoria, en la luz del nuevo sol mañanero que convertía en oro brillante la ondulación de lo que dilucidaban en los pasillos de sus memorias, penetrando para descodificarlo de la existencia de lo cósmico con lo terrenal y se empecinaban que una tragedia siguiera a la otra.

El día para ellos era pintor. “La única diferencia es que nuestros caprichos carecen de bastante sentido, no con atuendos de la época, sino con ropa propia de nuestra época, la época pasada ya pasó”, así dilucidaban el matrimonio de Santiago y Amelia y nunca daban con la formula. Para ellos el día era un vestido emplumado con sus millones que habían acumulado.

Santiago un día se irguió y se tragó sus propias lágrimas como las gotas que filtran a través de una piedra, lágrimas que rebotaban en la curva oscilante de su pecho, él era un hombre muy sensible, mientras tanto Amelia, observando valientemente, pálida y con rostro rígido, se mantuvo erguida, con la esperanza que no la viera llorar José, al fin de cuentas ambos se introdujeron en el hueco divagante de sus memorias.

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