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Apareció el Mercurio

Mariano Marín

Mariano Marín

El negocio del siglo estaba en sus manos. Con mucha discreción y sin alarde, Gilberto Gámez les contó que ese documento tenía la fórmula creadora de la energía del “Arca de la Alianza”. Ahora perdida por más de dos mil años. Ya se veían el par de judíos sefarditas haciendo los rótulos de los “Acumuladores Mercurio”, o “Baterías Hassbani”, como le llamaron más tarde. D ‘López y D’Hassbani habían traído de Italia unas máquinas de desplazamiento individual, que podía movilizar a una persona a pedal, con poco esfuerzo. Que les había dado mucho dinero en su importación.

Pero esto sería el mejor acontecimiento del siglo y no solo de este, sino de varios siglos. López y Hassbani no sabían que por mucho tiempo había estado la solución a sus ambiciosos planes de riqueza en su propia casa. Ellos, grandes emprendedores, consiguieron en Holanda un gas que  un señor de apellido Phillips les vendió barato por ser también judío. Con energía eléctrica podía por las noches encenderse y brillar de una forma impresionante, el cual serviría para los anuncios de los acumuladores. Años después Phillips se hizo millonario con la fábrica de bujías con el invento robado a Thomas A. Edison.

El primer anuncio y logo de la compañía tenía un Mercurio con cara de santo jesuita hermafrodita. Con un par de alitas en las botitas mariconas de los pies y un cetro en la mano izquierda. También con alitas y una serpiente. Cosa que nunca explicó el diseñador oficial de ellos, Omar Al Johara Lacayo, amigo íntimo de los señores López y Hassbani. El imperio de los acumuladores y las demás fábricas crecieron y crecieron. Pero también creció la envidia y la sedición. Los consuegros se separaron en medio de complicadas demandas de posesión y patentes. Así se perdió el control. Y lo dejaron de lado.  Y se perdió todo. Hasta el prototipo del acumulador. Al igual que se había perdido en el Imperio del Sol Naciente.

A la muerte de M. D’López, varios años más tarde, a causa de una caída en su isla en el embarcadero de piedra volcánica, que le dejó parapléjico, ya sin fuerzas, se quedó dormido como un pajarito. Él, que era un hombre de gran tamaño y fortaleza, para entonces pesaba menos de sesenta libras, su esqueleto se transparentaba bajo su piel. Parecía el típico cuerpo de los judíos de Auschwitz, encontrados en los patios donde fueron enterrados en las fosas comunes del  más famoso campo de concentración del Tercer Reich, que en su entrada se leía en letras góticas: “El trabajo os hará libres”.

Cultura

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