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Gustavo Soto García

Cuando los púlpitos callen

Conozco sacerdotes ayer antisistemas, enérgicos en sus homilías, carismáticos, beligerantes, que se asimilaban más a un líder político que a un presbítero. Hoy los veo tímidos, trémulos, temerosos, parecieran más acercarse a los monjes contemplativos del siglo pasado, interpretando las liturgias taxativamente donde solo hay tres opciones férreas: el cielo, el purgatorio, o el infierno y practicando los ritos eclesiales de rutina, volviéndose más angelicales que terrenales, alérgicos o distantes a los padecimientos humanos de la mayoría nicaragüense, sorprendiéndome sus conductas y llevándome a varias especulaciones: ¿será que los han intimidado o chantajeado con episodios de sus vidas privadas cuando laicos? ¿Quién o quiénes? ¿Se les estaba yendo mucho la mano y fueron “zarandeados” por sus obispos”? ¿O son nuevas víctimas del síndrome de Estocolmo “nicaraguano”?.

Esta percepción la comparten muchos laicos congregados en comunidades, desilusionados, decepcionados, y otros creyentes con mucha formación analítica del catecismo católico, seguidores de las últimas alocuciones de Juan Pablo II, después de la caída del submundo soviético y de la renovación social propuesta en Aparecida, Brasil. La extrañeza de tal comportamiento sacerdotal que hemos visto, son sus bajos perfiles en opiniones y entrevistas —antes— constantes en los medios, externando sobre un suceso de abuso de poder, actos de corrupción o proyectos de ley como la del aborto, o cualquier evento que dañara la condición humana, en imagen y semejanza a Dios y siendo fieles al evangelio. Otro comentario en susurro, era el posible temor a la represión indirecta de “piel de armiño”, (suave, sutil y persuasiva), dándome la impresión que escuchan a menudo una frase de la canción de Shakira: …ciegos, sordos y mudos… después de la muerte del padre Pupiro.

Si juntamos piezas del “rompecabezas” del panorama nacional, del lado del poder, este se ha consolidado más allá del límite de lo constitucional, con acciones para los juristas como ilegales, pero su agigantamiento por la vía de la violencia de hecho y otros de tipo organizativo, han apabullado o silenciado muchos espacios de opinión ciudadana independiente, propiciando un ambiente de miedo o de indiferencia, de forma que los sectores afectados, no tienen un interlocutor de sus expresiones, ya no digamos la inexistente y atomizada oposición civil y política, quedando la población nicaragüense a merced de su suerte y el último refugio que quedaba, que era la iglesia militante, está reducida a unas homilías pasivas, un catolicismo de “avestruz”, que nada tiene que ver con la verdadera redención cristiana del ser humano, en sus problemas cotidianos de miseria, injusticia social, desempleo, exclusión y corrupción, o sea una iglesia del silencio, del temor, mientras tanto vivimos como la frase de Antonio Machado: … “todo pasa y todo queda”…

Pero este miedo y silencio lo podemos revertir apoyando a nuestros sacerdotes, clero y Conferencia Episcopal, solo si ellos dan la pauta diciéndonos que abandonemos la frase de Erich Fromm: “El miedo a la libertad”. Porque el miedo no es la negación de la temeridad, sino la ausencia de ejercer el derecho que Cristo nos heredó para ser libres. Finalmente recordaría las palabras de Juan Pablo II en Chile 2009: … “No tengáis miedo a las exigencias del amor de Cristo… mirad a Cristo con valentía, vivid en Cristo… Temed la pusilanimidad, la ligereza, la comodidad, el egoísmo; todo aquello que quiera acallar la voz de Cristo…”. Si algún día se silenciaran todos los púlpitos, aún nos quedan los báculos, confiando en que la Conferencia Episcopal sostendrá, como Moisés, el bastón del poder de Dios para gozar de una sociedad libre, sin miedos, en justicia, paz y prosperidad. El autor es Sociólogo y Administrador de Empresas

Opinión Iglesia pulpitos archivo

COMENTARIOS

  1. La Colacha C. Vía
    Hace 11 años

    Bueno, Polito es una de esas avestruces. Hasta que Silvio Baez ha alzado su voz es que Polito empieza a balbucear cositas que no ha querido decir claramente desde mucho antes, aunque tenía que haberlo hecho. Polito no tiene ni la inteligencia ni el don de la palabra que tiene Baez, pero por ser su puesto de mayor importancia, debería de echarse a tuto los que ponen las gallinas y denunciar públicamente los atropellos al pueblo.

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