La incertidumbre que impera en Venezuela por el probable desenlace fatal de la grave enfermedad que sufre el presidente Hugo Chávez, y la sórdida lucha en la cúpula chavista por la sucesión del caudillo bolivariano, demuestran la extrema debilidad institucional de ese país y el penoso atraso —o más bien dicho, el retroceso— de la cultura política venezolana.
Aunque lamentables e indeseables, la enfermedad y la muerte son naturales e inevitables. Le suceden a todas las personas y criaturas vivientes, incluyendo a los más poderosos gobernantes que se endiosan y llegan a creer que son inmortales. De manera que prácticamente en todos los países o estados del mundo, sus constituciones y leyes tienen previsto qué se debe hacer en el caso de que el gobernante muera o quede incapacitado para seguir gobernando, y cómo y quién debe sustituirlo.
También en Venezuela, por muy avasallador que sea el liderazgo de Hugo Chávez y aunque muchas personas crean que es insustituible y lo consideren como una especie de dios terrenal, la Constitución establece claramente el procedimiento para sustituir al presidente en el caso de que muera o falte absolutamente, así como también señala quién lo debe reemplazar temporalmente (el vicepresidente ejecutivo) y en qué término se debe convocar a una elección popular nacional para escoger al nuevo presidente.
Pero la institucionalidad es tan precaria en Venezuela, que lo establecido por la Constitución tiene menos validez que la voluntad política del mismo Hugo Chávez y de sus secuaces en la cúpula del gobierno y del partido oficialista, que es el Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV). Debido a esa precariedad institucional, la grave enfermedad de Chávez y un mecanismo jurídico normal como es la sucesión en el ejercicio del poder público, se ha convertido en una tragicomedia que exhibe internacionalmente a Venezuela como un país políticamente de cuarto mundo, después que hasta no hace mucho tiempo ejercía un respetable liderazgo democrático latinoamericano a pesar de los errores y desviaciones de su clase política.
Lo que está ocurriendo en Venezuela se explica porque, como ha escrito un académico argentino especialista en Estudios Internacional, el doctor Mariano Turzi, “en los regímenes que se autodenominan fundacionales o revolucionarios, las personalidades de quienes ocupan el poder son la clave, ya que el poder de las instituciones para modificar la conducta es mínimo”. Añade el catedrático de la Universidad Torcuato de Tella, de la República Argentina, que “la sucesión pone a prueba la supervivencia del sistema político. Si las instituciones son plurales, se reacomodan cuando se reconfigura la distribución del poder. Pero si fomentan la perpetuación en el poder, entonces aumenta el faccionalismo y la polarización. Sin mediación institucional, los conflictos se tornan confrontaciones y se dispara un ciclo de enfrentamiento”.
Precisamente eso es lo que ocurre actualmente en Venezuela. Los principales miembros de la variopinta cúpula chavista libran una sórdida lucha por sustituir a Chávez en el poder, al grado de que han debido ser llamados a Cuba para darles a conocer el designio del régimen castrista, mientras la oposición demanda inútilmente que los mecanismos institucionales sean respetados.
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