A Pablo Antonio Cuadra
(in memóriam)
En Buenos Aires en Plaza San Martín
una joven señora de anteojos grises
y cabello largo
leyendo un conocido libro de Cortázar
al juguetear su media falda el viento
se compuso en su asiento y me dio la
espalda
para que no mirara sus piernas
blancas.
Recordé de Granada un luminoso amanecer;
a la muchacha que en la playa caminaba
espigada y atlética
—la misma que una noche cantó hondo
con su guitarra en La Calzada. Muy hondo-
y que cuando el lago sin límites de Nicaragua
vestía despacio con naciente sol
desvestida corría en la arena descalza.
Ritual su nariz levantaba apuntando
al Mombacho
rítmica con los pies juntos alzaba sus brazos
hacia el Este
y solemne con cuatro morenas miradas
hizo que las aguas venerandas
del lago Cocibolca se alborotaran.
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