Los seres humanos somos “animales racionales” y, como casi todos los mamíferos, los machos de nuestra especie tenemos más fuerza muscular que las hembras, más fuerza animal o fuerza bruta diseñada originalmente para cazar y luchar por la supervivencia de la especie. Pero la hembra supera al macho en otros aspectos pues tiene más fuerza y valor para soportar el dolor y las enfermedades, y la capacidad de cargar sus crías en el vientre, amamantarlas y protegerlas.
En el aspecto racional —que nos diferencia del resto de animales— varones y mujeres tenemos idénticas facultades; ninguno es superior al otro. Tenemos la misma inteligencia e idéntica capacidad para desarrollar cualquier actividad, oficio o profesión donde no sea la fuerza física el requisito principal.
Durante milenios los varones se han valido de la fuerza bruta para mantener a las mujeres sometidas en condiciones peores que esclavas, como simples objetos de placer sexual, servirles en todo y tener hijos. Es el “machismo” que ha reducido el comportamiento humano a uno meramente animal y no racional. Es la imposición de la fuerza sobre la razón, de lo físico sobre la inteligencia.
Después de mucho tiempo y gracias a las difíciles luchas por los derechos de las mujeres, la civilización ha avanzado superando un poco semejante barbarie. Existen países donde se reconoce la igualdad del varón y la mujer en su dignidad humana, inteligencia y capacidad de desempeñarse en diferentes profesiones, aún en los más altos cargos. Obviamente existen algunas diferencias biológicas que se limitan exclusivamente al físico, al sistema reproductivo y a ciertos rasgos sicológicos, que no hacen a uno superior al otro sino complementarios.
Aunque la igualdad entre varones y mujeres está plasmada en las leyes, en muchos países en la práctica no se cumple. El machismo sigue embruteciendo la conducta de muchos y es difícil erradicarlo porque lamentablemente es adquirido principalmente en los hogares donde los padres y madres enseñan a sus hijos a ser machistas, tanto a los niños como a las niñas que son enseñadas a que su papel es de sometimiento a los hombres.
Les enseñan que las niñas deben cocinar, barrer, lavar Mientras los varoncitos no porque “son machitos”. Que las hermanas deben atender y servir a los hermanos como mamá lo hace con papá. Que los “machitos” deben “hacerse hombres” acostándose con prostitutas a cierta edad. Que “hacerse” de muchas mujeres es ser “muy macho”. Que es normal que el papá tenga varias mujeres y que se emborrache porque “son cosas de hombres”. Que estudiar y superarse es más importante para el hombre que para la mujer cuyas tareas principales son cocinar, arreglar la casa, parir y cuidar a los hijos. Que las mujeres deben ser azotadas, abofeteadas y tratadas en forma humillante para que aprendan a someterse a los varones que gozan de amplio libertinaje. Así el machismo es aprendido por varones y mujeres desde la infancia hasta que salen de la casa para formar otra familia donde lo reproducen hasta incluso culminar trágicamente con tal violencia contra las mujeres, que numerosas veces llega a violaciones y asesinatos brutales.
Es deber de toda la sociedad —empezando por las familias— combatir con energía el nefasto machismo hasta desterrarlo totalmente de la civilización humana.
El autor es abogado, periodista y escritor.
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