A menudo se dice que no solo hay que criticar sino también proponer. Incluso algunos aseguran que más importante que criticar es presentar propuestas para solucionar los problemas que se critican.
Este punto de vista está en línea con la frase célebre de que “Tiene derecho a criticar solo quien tiene un corazón dispuesto a ayudar”, la cual es atribuida al presidente de Estados Unidos de Norteamérica, Abraham Lincoln (1861-1865), cuya fama ha reverdecido últimamente por la película con su nombre que se está proyectando en las salas de cine y ha sido nominada para varios premios Óscar.
Pero Lincoln, con todo y sus méritos y gloria era un político profesional, y además gobernante, de manera que es muy probable que no siempre le gustara que lo criticaran. Y habiéndole tocado gobernar en los años más convulsos de la historia de Estados Unidos, es fácil entender que fuese bastante criticado por sus adversarios y aún por miembros de su mismo partido político.
Además, en cualquier caso lo cierto es que el derecho de criticar, y de criticar particularmente a los gobiernos, a los políticos y a las personas que ejercen funciones públicas estatales y manejan dinero de los ciudadanos, es parte sustancial e inalienable de la libertad de expresión y por lo tanto es un derecho incondicional. El ejercicio de la libertad de expresión y por lo consiguiente el derecho a criticar, no se pueden limitar ni condicionar con el cumplimiento de ninguna obligación, como no sea la del respeto a las libertades y los derechos de los demás. Como expresara un juez estadounidense llamado Hugo Black, en histórica sentencia dictada en enero de 1964 en un caso de acusación contra un conocido periódico de Nueva York, “no puede vivir en libertad un país donde sus habitantes pueden sufrir física o financieramente por criticar a su gobierno, sus acciones o sus funcionarios”.
Además, por lo general la crítica contiene en sí misma la correspondiente propuesta de solución. Cuando criticamos porque no se cumple la Constitución en lo que manda sobre la no reelección presidencial, la separación de los poderes del Estado y la independencia de la justicia, por ejemplo, al mismo tiempo estamos proponiendo que se restablezca la integridad constitucional. Cuando criticamos al Gobierno por su ineptitud en el enfrentamiento del problema de las plagas que sufren los cafetales del país, proponemos que se actúe con responsabilidad y se atienda las demandas de los caficultores. Cuando criticamos el plan gubernamental para controlar a las personas y las familias hasta en sus maneras de vida doméstica, estamos proponiendo que se respete la libertad y los derechos personales y familiares y que el Gobierno se limite a cumplir, pero a cumplir bien, las obligaciones y atribuciones que por mandato constitucional y legal le competen, y nada más.
En los años ochenta el régimen sandinista dispuso que solo era permitida la “crítica constructiva”, o sea la que no molestara sino que agradara a los comandantes. “Dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada”, decían, haciendo propia la regla fascista de Benito Mussolini de que: “todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado”. Eso es algo que conviene no olvidar.
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