Max L. Lacayo
Desde el siglo XIX los Estados americanos han tratado de establecer reglas e instituciones comunes a los intereses económicos, políticos y sociales panamericanos; intentando la unión supranacional, dándole orden a las relaciones y a la cooperación entre los países de este continente.
Sin embargo, el número exagerado de entidades y organismos creados bajo las intenciones de objetivos geográficos comunes, intereses culturales compartidos, desarrollo universal, diálogo multilateral e integración, ha disminuido la seriedad y la efectividad de tales planteamientos; obstaculizando la unificación real del mundo latinoamericano y panamericano.
Entre esa interminable lista se encuentran: La Organización Panamericana de la Salud (OPS), el Comité Jurídico Latinoamericano (CJI), el Tratado para Evitar o Prevenir Conflictos entre los Estados Americanos, el Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH), la Convención sobre los Derechos y Deberes de los Estados, el Instituto Indigenista Interamericano (III), la Junta Interamericana de Defensa (JID), el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), la Organización de los Estados Americanos (OEA), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas (Cicad), el Centro de Información sobre Migraciones en América Latina (Cimal), el Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo (CLAD) y otras varias docenas entre agencias, asociaciones, bancos, centros, comisiones, comunidades, consejos, convenios, corporaciones, cortes, institutos, organizaciones, parlamentos, programas, secretarías, sistemas y uniones de cooperación e integración.
Sirvámonos de la analogía de un paciente que es tratado por un creciente número de médicos, prescribiendo cada uno de ellos –de manera simultánea– su propio medicamento. Sin lugar a dudas que el paciente terminaría intoxicado por el múltiple y desordenado tratamiento. ¡Un caso donde el remedio es peor que la enfermedad!
La reciente proliferación de nuevos organismos latinoamericanos tiene –independientemente del grado individual de valores institucionales y jurídicos– un carácter de desgastante duplicidad y dualidad de objetivos: la integración latinoamericana/caribeña y la desintegración panamericana.
De ese vientre político nacen, con los ojos cerrados, la Comunidad Andina (CAN), el Mercado Común del Sur (Mercosur), la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi), la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (Alba), la Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo (CALC), la Unión Latinoamericana y del Caribe (ULC), el Sistema Unitario de Compensación Regional (Sucre), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
Esta última (la Celac) tiene como objetivo principal la exclusión de los Estados Unidos y Canadá, la obstrucción al sistema de libre comercio y a los conceptos de optimización de los procesos productivos y de competitividad. Al mismo tiempo la Celac arteramente propone la máxima vigilancia y fortalecimiento de valores democráticos particulares, el respeto a su versión de derechos humanos y –de manera vaga– la cooperación y la integración de los Estados.
Pero la verdad de la Celac es solo verdad inventada. Afirmando sus razones y, al mismo tiempo, negando lo afirmado. Esto es el imperio de «hombres fuertes» sobre instituciones débiles. Esto es concertación política escudando agresión presidencialista en América Latina.
Una Cuba castrista presidiendo la Celac; promoviendo libertad, democracia y derechos humanos en un foro interamericano es equivalente a la gloria del ilusionista en El gran truco. Ese que nos presenta algo ordinario y nos lo hace ver extraordinario, que sabe que preferimos ser engañados antes que destapar la terrible realidad. Ese que diseña ilusiones y construye sus propios mecanismos para ejecutar sus actos.
Mientras los pueblos aspiran, los líderes de la Celac agravian, y el producto de todo esto es una epidémica combinación trasnochada de ignorancia, indiferencia e impostura.
El autor es Economista y escritor