La motivación y movilización de la gente para que participe en jornadas de interés comunitario, como la eliminación de la basura y el esfuerzo por mantener limpias y bonitas las ciudades y demás espacios públicos, no es algo malo y por lo tanto no puede ser criticable. Por el contrario, es encomiable y debe ser apoyado por la ciudadanía.
La verdad es que se ve bonito a la gente que sale en grupos a las calles para limpiar aceras, cunetas, manjoles, cauces y otros lugares indebidamente convertidos en vertederos de basura. Lo lamentable es que prácticamente solo sean mujeres las que participen en esa faena comunitaria. Y es inaceptable también que se obligue a maestras y maestros, así como a los alumnos de ambos sexos, a participar en esas jornadas de limpieza que para ser justas y bonitas tienen que ser limpiamente voluntarias.
Por cierto que también sería bueno y bonito ver a la pareja gobernante, que es la alentadora de esta campaña y le está sacando buenos réditos propagandísticos, barriendo las aceras, poniéndose al frente de las labores de limpieza, predicando con el ejemplo como hacían los presidentes conservadores democráticos del siglo XIX, quienes, según los historiadores barrían los exteriores de sus casas y conversaban amablemente con los transeúntes.
En realidad, lo que se critica desde la acera democrática de la sociedad, no es la campaña contra la basura y por el mantenimiento de la limpieza ambiental. Lo que se rechaza es que esta campaña sea usada como caballo de troya, para introducir un torcido plan que tiene el objetivo de cambiar la matriz cultural de la sociedad y uniformar las mentes de las personas con un pensamiento único, orientado desde arriba por la pareja gobernante con el afán malsano de quedarse en el poder y usufructuarlo para siempre.
Ciertamente, la gubernamental “Gran Campaña Nacional Vivir Limpio, Vivir Sano, Vivir Bonito, Vivir Bien”, como se le llama oficialmente, es la envoltura de una revolución cultural para someter ideológicamente a los nicaragüenses, para cerrar los espacios de libertad de pensamiento y de expresión, para impedir que florezca la diversidad de ideas y corrientes que son condición de la libertad y de la buena calidad de vida institucional y social.
En el mismo documento oficial en el cual se plantea esa campaña gubernamental, cuyo tufo colectivista y totalitario se puede sentir desde lejos, se asegura que “Toda revolución, si es auténtica, es necesariamente una revolución cultural”. Esta es una cita emblemática del teórico y pedagogo cristiano-comunista brasileño Paulo Freire, con cuyo nombre se sustituye al de Marx y Lenin en el formato cultural de la “revolución del poder ciudadano”, o “socialismo del siglo XXI”, cuyo objetivo es el mismo del socialismo totalitario del siglo pasado.
Con esa revolución cultural se pretende cambiar el modo de pensar de los nicaragüenses y someterlos mentalmente a la ideología del llamado Modelo Cristiano, Socialista y Solidario que sustenta y pretende imponer la pareja gobernante. Por eso es que las mentes lúcidas y libres de Nicaragua han calificado drásticamente ese plan, que deben ejecutar los gabinetes de familia creados por la Asamblea Nacional, como un proyecto fascista o fascistoide. Porque cualquier persona que quiera abrazar la ideología orteguista tiene derecho de hacerlo, pero no se puede aceptar que se le imponga a todos los nicaragüenses. Porque está bien que se barra la basura ambiental, pero está muy mal que se le quiera sustituir con basura mental.
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