Juan Sobalvarro
El año pasado participé en el encuentro de poetas El turno del ofendido, que se realiza en El Salvador. En un descanso de la jornada se hablaba entre los poetas del enorme auditorio que el reguetón y similares han encontrado entre los jóvenes. El sentimiento general lamentaba el gusto por este tipo de música de muy mala composición y de letras soeces, ofensivas hacia las mujeres, llenas de violencia y que en algunos casos alientan el consumo de drogas.
Por eso, esta iniciativa de Sergio Ramírez me ha parecido de las más propicias. Especialmente porque no existe otra oportunidad en la región en la que confluyan sus narradores, que son a mi parecer, los que están retratando con más viveza lo que es hoy Centroamérica. No cabe y hasta sería necia ahora la pregunta de qué utilidad tiene un evento como este, cuando todos sabemos que estas son las únicas formas de encuentro con que contamos en las que no intervienen la inoperancia y la retórica de los gobiernos regionales.
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Sin que nadie se lo propusiera la conversación pasó a tratar el tema de los encuentros y festivales de poetas. Un tema de siempre. Una conversación típica de este tipo de eventos en el que es habitual encontrar a quienes creen tener el diseño del festival perfecto. Y tampoco se extraña la ausencia de quien finaliza la discusión sembrando dudas sobre la verdadera utilidad de los festivales.
En otro momento alguien me preguntó del estado de la poesía en Nicaragua y sin el afán de establecer un diagnóstico me atreví a decir que había un notable interés entre los jóvenes por debutar como poetas. Que el índice de poetas jóvenes actuales es bastante numeroso. Y, que en los talleres de poesía abundan los rostros nuevos y siempre sobran los que quedan fuera por falta de cupos. Aunque hice notar que mi apreciación era la de alguien que había debutado en una época poco regular, marcada por la guerra y sus consecuentes desplazamientos. Alguien con perspicacia me preguntó si solo era un asunto de números. Y no tuve otra ocurrencia más que responder, bueno se puede decir que le estamos ganando la batalla al reguetón.
Otra persona me preguntó qué se estaba haciendo en Nicaragua para motivar en tantos jóvenes el interés por la escritura. Y quedamos en que la respuesta solo podía basarse en supuestos. Pero que entre esos supuestos cabía suponer que eventos como el Festival de Poesía de Granada podía estar dando un aporte al presentar una plataforma internacional que podía despertar el interés de los jóvenes. Que además hay otras iniciativas como las continuas visitas de escritores a colegios públicos que ha promovido el Foro Nicaragüense de Cultura a través de su programa Promoción de la Literatura Nicaragüense. Y ya no se digan los numerosos talleres de poesía que distintos poetas, mujeres y hombres, han desarrollado por iniciativas particulares o con apoyos institucionales.
Por cosas como estas fue que no dejó de emocionarme la invitación a participar en el Centroamérica Cuenta 2013. Encuentro que por iniciativa del escritor Sergio Ramírez se realizó en Nicaragua del 16 al 20 de febrero. En primera instancia me simpatizó el énfasis que el evento hacía en la narrativa y que de cierta manera proclamaba a Centroamérica como una región que también cuenta. Es decir, que no solo produce poesía, en el sentido formal, sino que también fábula. Lo segundo que me gustó fue que el formato que proponía Centroamérica Cuenta no era de cansadas lecturas o somníferas cátedras, sino que se trataba de mesas de debate despiertas y dinámicas, en las que al final el tiempo se consumió sin que lo percibiéramos.
Vale notar que el encuentro pese a su título regionalista contó con la presencia de narradores de Alemania, Francia y México, algo que además de refrescante hizo posible valorar las preocupaciones comunes de los escritores en distintas partes del mundo. Y que aunque no estamos en los corredores comerciales, nuestros puntos de vista son tan válidos como los de cualquiera en el planeta.
Entre las primeras cosas que noté, y puede ser la conclusión más visible, está que ahora es inaceptable hacer las caracterizaciones que se hacían todavía una década atrás, como la de que Guatemala era narrativa, Nicaragua poesía, Costa Rica ensayo, etcétera.
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