Carlos Cortés
Para Sergio Ramírez y Ulises Juárez
En la estación de Petersburgo la niña descubre a Lev Nikoláievich en la
inmensidad de su nombre y le ruega que conozca a su hermanito. El
escritor se sorprende del tamaño del niño y se sonríe. El muchacho se
inclina ante él y le besa la mano. Todos en Petersburgo reconocen en un
instante al escritor y se atreven a acercarse. Agitan sombreros y pañuelos
blancos como banderas. El hombre de barba blanca y ojos de azul absoluto sube al vagón a las
7:00 de la tarde y saluda. Es hora de partir. Tolstói, le dicen todos, adiós, hasta pronto, como a un
profeta que cobrara vida. La nueva vida.
A las 10:00 de la mañana, 116 años después, el poeta dibuja su firma en el ojo asombrado de los
niños. Es cuaresma en el mundo. Bajo el cielo de suave cobalto una creciente multitud enmudece.
Cámaras y teléfonos celulares relampaguean a su alrededor. Reconozco la boina negra en el
bullicio de palabras. Las banderas yacen sucias en el polvo ingrato de la revolución. No importa.
Mientras haya un justo no perderé la fe en el ser humano. El poeta Cardenal, profeta de tiempos
mejores, atraviesa la plaza como quien atraviesa la historia. Sin detenerse. La frágil silueta se
recorta contra la luz aún más frágil de Granada. El sol, omnipresente, solo existe para iluminar
este momento.
Febrero, 2013