No es fácil, en Nicaragua, formarse juicios objetivos sobre las acciones de los actores políticos. Mientras sus partidarios tienden a santificarlas, presentándolas como la expresión más sublime de nobles intenciones, sus adversarios tienden a demonizarlas, presentándolas como instrumentos de objetivos malignos.
El reciente programa de doña Rosario Murillo, llamando a vivir limpio y bonito, con su correspondiente creación de gabinetes de familia y cursos para los docentes, ilustra el problema. Mientras para algunos es parte de una estrategia de dominación totalitaria, que usa al magisterio para adoctrinar y amenaza la privacidad familiar, para las voces gubernamentales es un esfuerzo por promover la limpieza, transmitir valores, y fomentar la participación familiar en la mejoría de sus comunidades.
¿Cómo puede el ciudadano corriente, que no milita en los extremos, arribar a una opinión veraz? La sugerencia de la Conferencia Episcopal, de estudiar el caso antes de pronunciarse, es una ruta adecuada aunque no exenta de complejidades. Una de ellas es que los documentos disponibles, como mociones legislativas y algunas referencias oficiales, están escritos con una retórica bonita pero redundante y abstracta. Esto dificulta encontrar elementos que permitan develar ataques a la privacidad familiar o planes de manipulación partidaria. Tampoco hay mucho pie para objetar los llamados a fomentar la participación comunitaria o para censurar que el magisterio transmita valores cristianos, socialistas y solidarios. Aunque desde la perspectiva del liberalismo “libertario” esto no debe ser función del Estado, en muchas naciones democráticas no hay empacho en transmitir, desde el sistema educativo, valores como la libertad y los derechos humanos.
La otra complejidad es que la moción sobre gabinetes de familia enuncia objetivos, en sí aceptables, pero no menciona nada sobre las facultades, potestades o poderes, de dichos organismos. Quedan entonces sin definir aspectos claves de este nuevo enjambre social, creado desde el poder, lo que abre las puertas a la especulación: ¿irán a ser instrumentos partidarios?, ¿se tratará de una mera reedición de los CPC?, ¿junto con la prédica inobjetable de la limpieza, irá también la propaganda del chavismo, del castrismo, del danielismo?
Dichos temores no son el mero resultado de un maniqueísmo político antojadizo, sino que han sido alimentados por una cultura política en la cual ha campeado la mentira, la agenda oculta y la ausencia de veracidad. Desafortunado, pues se corre el riesgo de prejuzgarlo todo y echar una sombra de sospecha sobre cualquier acción que brota del bando contrario. Así, iniciativas que podrían ser dignas de recibir todo el respaldo público, como es la campaña de limpieza, quedan sujetas a suspicacias y polémicas, a veces destructivas y que no abonan para nada la armonía social.
Si sus intenciones son verdaderamente nobles —y bien podrían serlo— el Gobierno podría contribuir mucho a despejar las dudas conduciéndose con menor opacidad. Podría abrirse a entrevistas y conferencias de prensa, y, sobre todo, a consensuar con la nación el modelo político que desea para Nicaragua, porque un factor que agrava la desconfianza es el consabido desdén de Ortega por la democracia representativa. Si su modelo alterno está sustentado en convicciones profundas y bien razonadas, ¿por qué no poner las cartas sobre la mesa?
También aumentaría la confianza una mayor coherencia entre lo que el Gobierno dice y lo que hace. Si doña Rosario quiere transmitir a la juventud valores fundamentales, como el juego limpio, la honestidad y el respeto a las leyes, bien haría en velar porque el Gobierno no trampee en las elecciones, respete la Constitución y conduzca sus negocios con transparencia. Porque nada enseña mejor que el ejemplo. Y nada restaura más la credibilidad que actuar en la luz. El autor es sociólogo, fue ministro de Educación.
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