Marvin Saballos Ramírez
La elección del cardenal de Buenos Aires, monseñor Jorge Mario Bergoglio, como sucesor en la máxima dignidad de la Iglesia católica es inédita en muchos sentidos: el primer pontífice no europeo en mil años, el primer latinoamericano, el primer jesuita, el primero en convivir con un papa emérito (Benedicto XVI), el primero en adoptar el nombre de Francisco.
Parece ser que su elección está marcando nuevos derroteros para la Iglesia, ya que cada una de estas novedades reviste altos simbolismos. Que no sea un europeo envía el mensaje de la importancia de los católicos fuera del viejo continente, acostumbrada Europa a ser generadora de la vida institucional y misionera de la Iglesia, ahora un americano llega a ser obispo de Roma y a pastorear la vieja cristiandad, pero además es un latinoamericano, es de la región que concentra el mayor número de fieles en el mundo y su elección revela el surgimiento de una nueva dinámica en el ejercicio del poder eclesial, más acorde con su dimensión universal.
Que sea proveniente de la Compañía de Jesús, la más numerosa orden religiosa católica hoy en día y quizá la más influyente desde su fundación en 1540, es también muy significativo.
Los jesuitas jugaron un papel clave en el apoyo al papado en los periodos de crisis de la Reforma Protestante y la Contrarreforma Católica, adquiriendo a lo largo de los siglos un sólido prestigio en los campos educativos, social, intelectual y misionero.
La Iglesia necesita hoy un papa beligerante, inteligente y socialmente sensible, un jesuita por definición parecería reunir las calidades apropiadas para desempeñar la tarea de defender a la Iglesia en un momento en que se ve asediada por acusaciones de corrupción financiera y moral.
De todas las novedades, lo que más me llama la atención es la selección del nombre de Francisco para signar el pontificado del cardenal Bergoglio. Si bien el papa no ha explicado aún el porqué de la selección, la mayoría de los analistas lo atribuyen a que se inspira en el espíritu de Francisco de Asís, un hombre que en el siglo XIII luchó por la transformación de una Iglesia que como la de hoy era acusada de haber caído en la corrupción.
Francisco se empeñó en su retorno al espíritu de fraternidad, austeridad y paz del cristianismo primigenio. En su empeño fue conocido como “Il poverello”, el pobrecito y fue fundador de la Orden Franciscana, otro de los pilares fundamentales de la Iglesia hasta el día de hoy.
Pero quizá el aporte más significativo de Francisco fue la transformación moral y espiritual que inspiró a la Iglesia, devolviéndole credibilidad a su mensaje evangélico. Aun más, Francisco fue generador de toda una filosofía y actitud de vida en respeto y paz a la propia persona, a sus semejantes y a la naturaleza. Su “Cántico al Hermano Sol” es una bella expresión de su agradecimiento Dios por la creación de la naturaleza. En el mundo del siglo XXI que se debate ante el deterioro ambiental, Francisco es un símbolo ecológico y de amor a la naturaleza, con un mensaje siempre actual.
La escogencia del nombre Francisco por el nuevo papa es quizá el mayor símbolo de esta inédita elección. Si bien, la Iglesia necesita un beligerante capitán de mano firme, un Ignacio de Loyola, que la dirija en su defensa y renovación institucional, necesita aún más de un reformador moral que predique con el ejemplo y le reafirme su autoridad espiritual.
¿Será Francisco “il poverello” del siglo XXI? El autor es sociólogo