Escuchar a su madre Aminta Narváez Moreira cantar a capela los boleros de Agustín Lara, los cantos navideños de La Purísima, son los primeros recuerdos de Alfredo Barrera Narváez al explicar el origen de su pasión por la música.
A Masaya se trasladó con su familia, así conoció a los grandes maestros del pentagrama, al escuchar por radio las óperas de los tenores italianos Enrico Caruso, “Mario Lanzas” (Alfredo Arnoldo Cocozza) y del tenor dramático Mario de Mónaco.
El 28 de agosto cumplirá 74 años de haber nacido en Bluefields, proviene de una familia de cinco hermanos, sobreviven Leisla y Siarec. Espera en los próximos meses ver publicados dos de sus textos, el primero El libro del silencio, poesía metafísica y de misterios.
Algunos de sus dibujos, cuenta, están en manos de Omar, Erick Blandón, amigos en Italia, y Sudamérica. La mayoría son dibujos de rostros a colores; en un momento pensó reunirlos y dedicar su exposición al poeta Pablo Antonio Cuadra, con el tema Rostros en la multitud.
Recuerda que otros de sus dibujos eran de paisajes frutas, figuras humanas, e interiores. Realizó algunas esculturas en cera, una cabeza pequeña de mujer se encuentra en el Banco Central de Nicaragua, la tenía el poeta Enrique Fernández Morales.
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El otro libro es la segunda parte de El vuelo mágico de la marimba de arco, trabajo conjunto con el historiador Donovan Brautigan Beer. Su labor de recopilador lo ha llevado a publicar: Algunos Músicos Nicaragüenses 1812- 1961; Agonía y Gloria de José de la Cruz Mena; y Tres músicos académicos nicaragüenses, Luis Delgadillo, Vega Matus, y Carlos Ramírez Velásquez.
A EUROPA POR 23 AÑOS
Fue al Conservatorio de Música y se entrevistó con Luis Abraham Delgadillo. “Evaluó mi voz como tenor que prometía y me mandó donde el presidente Luis Somoza Debayle”, recuerda.
Este, a la tercera vez lo recibió. —¿Y qué querés? —me preguntó—. Cantar ópera; me gustaría ir a Italia, estudiar canto, volver a Nicaragua y viajar —le contesté.
Entonces fue becado. Comenzó a dar pequeños conciertos en iglesias acompañado con órganos en repertorios líricos de Amadeus Mozart, Franz Schubert, Giuseppe Verdi, Robert Schumann, dice con orgullo.
El hábito por la lectura, su relación con Pablo Antonio Cuadra y otros escritores lo llevaría a estudiar filosofía y letras en la Universidad Central de Roma. Colabora escribiendo textos para el Área de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Magisterio de la Universidad de Turín, así para el Quaderni Iberoamericani, fundado por Giovanni María Bertini, traductor de Dante al español.
A su regreso a Nicaragua ofreció varios conciertos líricos en la Sala Experimental Pilar Aguirre, acompañado de la soprano Thelma Carrillo y Agenor Duarte.
RECOPILADOR DE PARTITURAS
Su padre era el leonés Alfredo Barrera Barrios, un militar que ejerció su carrera en Puerto Cabezas, Laguna de Perlas y Bluefields, hasta que fue nombrado subcomandante de la fortaleza militar El Coyotepe, en Masaya.
Es precisamente es esta ciudad que hace su historia como recopilador de las partituras manuscritas de Luis Abraham Delgadillo Rivas (1887-1961), Carlos Ramírez Velásquez (1882-1976), Fernando Luna Jiménez (1853-1936), Alejandro Vega Matus (1875-1937), José de la Cruz Mena (1874-1907), Carlos Tünnermann López (1896-1961), entre otros.
En 1981 comenzó a recopilar manuscritos de grandes maestros de la música nicaragüense. En los años ochenta asume como director de la Orquesta Nacional.
Como recopilador logró reunir unos 40 mil manuscritos entre misas, himnos, sinfonías, valses, villancicos, fox trot, sones de pascua, marchas y mazurcas, resguardados en el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica de la UCA, los que pasarán a formar parte de la sala de música que estará en el Palacio Nacional de la Cultura, explica Alfredo Barrera Narváez, fundador del Fondo Histórico Documental de la Música Nicaragüense.
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