Diez años después de haber visto a su colega Amanda Berry irse del trabajo por última vez, Darrell Ford observa la casa donde tres mujeres fueron secuestradas con un escalofrío y todo el mundo se pregunta qué pudo pasar durante tanto tiempo en esta modesta residencia de Cleveland.
“¿Qué le habrá hecho durante estos diez años?”, se interroga mientras piensa en el sospechoso Ariel Castro, uno de los tres hermanos detenidos después del descubrimiento el lunes de las tres mujeres desaparecidas durante una década. “Es una completa locura”, añade detrás de las barreras de seguridad. Mientras, la policía investiga cada centímetro de la casa.
Darrell Ford era adolescente cuando Berry fue secuestrada el 21 de abril del 2003, un día antes de su 17 cumpleaños. Trabajaba con ella en un Burger King del barrio obrero de Cleveland y estaba de guardia ese noche. “Durante todo este tiempo, pensamos que estaba muerta”, asegura.
La policía ha aportado pocos detalles sobre el caso hasta el momento. Berry alertó el lunes a la policía, que descubrió a su hija de seis años, nacida durante el cautiverio, así como a las otras dos mujeres desaparecidas: Gina DeJesus y Michelle Knight.
Los hombres detenidos posteriormente son tres hermanos: Ariel, Onil y Pedro Castro, de 52, 50 y 54 años, respectivamente.
UNA CASA NORMAL Y CORRIENTE
La casa donde se desarrolló el drama tiene un aspecto normal. Varios residentes del barrio expresaron a la AFP su consternación por lo sucedido y su sentimiento de culpa por no haberse dado cuenta de lo que pasaba. Ariel Castro invitaba a veces a sus vecinos a una barbacoa en el jardín.
Joe Torres, cocinero de 32 años, asegura que “es como tener una serpiente en la calle. Era una casa de lo más normal. Nadie escuchó nada, nada”. El joven se preocupa por sus sobrinos y dice que si hubieran desaparecido, la casa de Castro “sería el último lugar donde los habrían buscado”.
El martes, algunos allegados y amigos de Gina DeJesus llegaban a la casa familiar situada en el mismo barrio donde una pancarta decía: “¡Bienvenida a casa, Gina!” La policía ha instalado un perímetro de seguridad alrededor, pero se podía ver cómo dentro se saludaban y abrazaban, algunos sentados en un jardín adornado con globos. Algunos vecinos fueron autorizados a depositar regalos al lado de una foto de Gina.
“¡Es un milagro!”, dice un hombre de 62 años oriundo de la zona; su amigo añade con emoción: “esta historia nos persiguió durante diez años”.