Cloruro de sodio
Los ocupantes de la casa dormitan bajo las sábanas. Todos menos uno que camina sigiloso entre los cuartos. Lo despertó el golpeteo suave de las gotas que caen sobre el tejado. Baja despacio, cuidando de no hacer crujir los escalones de madera.
Alberto Sánchez Argüello
Los ocupantes de la casa dormitan bajo las sábanas. Todos menos uno que camina sigiloso entre los cuartos. Lo despertó el golpeteo suave de las gotas que caen sobre el tejado. Baja despacio, cuidando de no hacer crujir los escalones de madera. Avanza hacia la puerta principal y toma el paraguas con tanta ansiedad que casi se le cae. Sale al escampado y se detiene para respirar el olor a tierra mojada. Cierra los ojos y escucha el sonido del agua cayendo, le parecen notas musicales. Es ahora o nunca se dice, sus padres despertarán pronto. En casa ha dejado las piyamas: está desnudo sintiendo la brisa en los pies. Suelta la única protección que sostenía en su mano y extiende sus brazos en cruz. Las gotas parecen pequeñas agujas sobre su cuerpo y experimenta un extraño cosquilleo. Siente sus piernas flaquear y sus brazos disminuir. Abre los ojos y mira que sus extremidades se están disolviendo rápidamente. El niño de sal finalmente entiende por qué su mamá nunca le ha permitido mojarse bajo la lluvia.
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