Gemma Casadevall
El bicentenario del nacimiento de Richard Wagner (22 de mayo de 1813) ha reabierto la relación amor-odio de Alemania hacia su compositor más genial y controvertido, quintaesencia de la “germanidad” y a la vez universal.
“A Wagner se le adora o se le detesta. Y esto sirve tanto para su música como para él, como persona”, resume Sven Oliver Muller, autor del libro Richard Wagner und die Deutschen. Eine Geschichte von Hass und Hingabe —Richard Wagner y los alemanes. Una historia de odio y entrega—.
“Como hombre fue un ser monstruoso”, añadía el historiador, en un encuentro con medios extranjeros, en alusión a sus infidelidades, carácter manipulador y reconocido antisemitismo, que el autor del libro califica de “oportunista”.
El máximo exponente de ese recalcitrante antisemitismo fue el ensayo publicado en 1850, bajo el título de Das Judenthum in der Musik —El judaísmo en la música—, del que no solo no se retractó sino que incluso escribió una segunda versión, más dura, en 1869.
Sus tesis fueron celebradas por Adolf Hitler, que convirtió su música en dogma operístico del Tercer Reich y proscribió a Mendelssohn, de origen judío y tachado de “débil” por Wagner.
“Lo relevante de Wagner no es lo que hizo en vida, sino cómo influyó y sigue influyendo en Alemania y los alemanes, que cada par de décadas cambian su perspectiva sobre él y su música, readaptan su interpretación del genio”, apunta Muller.
Su antisemitismo, en vida, lo encumbró a los altares del nazismo, estigma que permanece tanto sobre su música.