Roberto Sánchez Ramírez
Mi madre, María Josefa Ramírez Pérez, fue una de las jóvenes más agraciadas de Masatepe. Su mamá, María Trinidad Pérez Guerrero, falleció cuando ella era una niña y la crió mi bisabuela, doña María Josefa Guerrero de Pérez. A temprana edad se casó con mi padre, Remigio Sánchez Luna. Pronto el hogar fue bendecido por una marimbita de alegres y juguetones vástagos.
Mi madre era toda hermosura y encanto. Aquella existencia se vio enturbiada cuando le detectaron la enfermedad de Parkinson. La trataron los mejores médicos. Se viajó por diferentes países en busca de una cura que no se encontró. Terminó sentada en una silla abuelita, acompañada por su fiel perrito, el Guardián. Su cuerpo que antes lucía en los bailes, se convirtió en constante convulsión.
Le costaba sostener una conversación. Dejó de salir. Solo pareció recobrar vida cuando quedó embarazada de mi hermano Ramiro. A veces miraba con nostalgia viejas fotos, en algunas luciendo un elegante traje largo, como era la moda en aquellos años. Pasaba horas frente al televisor, la mayor parte del tiempo dormida. Apenas se despertaba cuando llegaba alguna visita.
Para entonces, yo laboraba como redactor en el Diario LA PRENSA. Parte de la cobertura a mi cargo era el Teatro Nacional Rubén Darío. En una visita en busca de noticias me enteré que vendría la cantante y actriz española, Sarita Montiel. Desde que se anunció hubo gran demanda de boletos. El último cuplé y La Violetera bastaban para que fuera querida y admirada.
En una visita a Masatepe le comenté a mi madre que vendría Sarita Montiel. Ella había visto varias de sus películas, le encantaban los cuplés y hasta canturreaba Fumando espero. Me quedó viendo y dijo: “Quiero ir”. “Adónde”, pregunté. Con gran esfuerzo agregó: “A ver a la Sarita Montiel”. Después de tanto tiempo mi madre estaba dispuesta a salir de la casa, a viajar a Managua.
Toda la familia ayudó en los preparativos. Pude conseguir unos boletos en platea. Confirmado el viaje logré una entrevista exclusiva con Sarita Montiel, en la que estuvo presente su esposo Pepe Tous. Les comenté el entusiasmo de mi madre por verla, su estado de salud y cómo después de tantos años primera vez que venía a Managua. Sarita se emocionó con el relato.
Más tarde me llamaron del Teatro y me dijeron que Sarita quería hablar conmigo. Me dijo que tratara de sentarme junto a mi madre en los primeros asientos del pasadizo. No comprendí la razón, pero hice algunas gestiones y quedamos a la orilla del corredor. Sarita inició su presentación, con un teatro completamente lleno. Cantó unas tres canciones y estruendosos aplausos sonaban al final.
Sarita dejó de cantar, comenzó a caminar en dirección a la escalinata que comunica el escenario con platea y más o menos dijo: “Quiero agradecer esta noche a una persona que superando su estado de salud ha venido a verme, me dijeron que casi no sale y lo hizo para escuchar mis canciones. Para mí es una gran emoción poderla estrechar”. Se acercó a mi madre que se levantó con gran dificultad, la abrazó y le dio un beso en la frente.
Se hizo un profundo silencio en el teatro. Cuando Sarita dejó de abrazar a mi madre se produjo un gran aplauso. Más de una mirada se enturbió, en especial aquellas personas que conocían la situación de mi madre. Durante muchos años, hasta su muerte recordaba el abrazo que le había dado Sarita Montiel. Lamentablemente la foto que le tomaron esa noche se extravió y solo quedaba su relato con voz entrecortada.
Al saber el fallecimiento de Sarita Montiel se me hizo más presente la escena abrazando a mi madre. Casi sin darme cuenta tarareé un cuplé. Ojalá que las dos lo hayan escuchado.
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