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Carlos Martínez Rivas y Pablo Centeno el 11 de febrero de 1998, cuando el poeta recibió el Doctorado Honoris Causa. LA PRENSA: CORTESÍA/ PABLO CENTENO

Los gatos de Carlos Martínez Rivas

En las paredes de su casa, gatos dibujados. En sus poemas, gatos exaltados. En sus pesadillas, gatos distorsionados. En su refrigeradora, nada más que ron y comida para gatos. Los últimos años de Carlos Martínez Rivas fueron de libros y felinos, “sus dos últimos amores”, recuerda Pablo Centeno, el hombre que a partir de aquel 16 de junio —un día como este— cuidó de las dos gatas “huérfanas” del poeta.

Por Amalia del Cid

En las paredes de su casa, gatos dibujados. En sus poemas, gatos exaltados. En sus pesadillas, gatos distorsionados. En su refrigeradora, nada más que ron y comida para gatos. Los últimos años de Carlos Martínez Rivas fueron de libros y felinos, “sus dos últimos amores”, recuerda Pablo Centeno, el hombre que a partir de aquel 16 de junio —un día como este— cuidó de las dos gatas “huérfanas” del poeta.

A decir verdad, él también es poeta. Y esta tarde de jueves descansa en el corredor de su casa, rodeado por algunos de sus más de treinta gatos. Gatos en el techo, en el patio, en los baños, en las mesas, los escritorios y los libreros. Gatos de nuevo. Y a cada paso. Ojos que brillan en la penumbra, sombras que se escabullen por debajo de las puertas. Silenciosos, indiferentes gatos.

“Carlos era como ellos”. El poeta, considerado uno de los más grandes que ha producido Nicaragua y muchas veces comparado con Rubén Darío y Salomón de la Selva, era un tipo libre, desprendido, que no planificaba y vivía intensamente, cuenta Centeno. Y era como Horacio, el poeta latino a quien tanto admiró. El mismo que pronunció la frase “ carpe diem ”. “Aprovecha el momento”.

A Carlos le gustaba mirar en el abismo de los ojos de los gatos. Ahí encontraba el universo y, sobre todo, la libertad. “La relación que tenía con ellos era para él la relación ideal con los humanos. Respeto, acercamiento e independencia. Te acompaño, pero no te molesto. Te doy cariño, pero no trato de poseerte”, explica Centeno, mientras Natura y Alfa, pequeñas y grises, se persiguen dando saltitos y agazapándose entre los muebles.

Por si alguien no pudiera comprender la amistad entre el poeta y los gatos, está la frase magnífica que Carlos pintó en una pared. “Las dos gatitas: me dan compañía, sin quitarme soledad”.

El poeta viajero

Carlos Martínez Rivas nació el 12 de octubre de 1924. Fue el menor de los tres hijos —todos varones— del granadino Félix Pedro Martínez Leclair y la chinandegana Berta Rivas Novoa.

Nació en Guatemala, porque en ese país trabajaba su padre, como agente de seguros de la compañía canadiense El Sol. A Nicaragua vino a la edad de 6 años. La mañana del martes 31 de marzo de 1931, día del terremoto de Managua, su familia bajó del vapor “Chiriquí”, en el Puerto de Corinto.

Cursó la secundaria en el colegio jesuita Centro América, donde se reveló como poeta. Y desde los 16 años fue secretario particular del embajador de Argentina en San José de Costa Rica, país al que viajaba frecuentemente para visitar a su padre, cuenta Pablo Centeno en su “breve perfil” sobre Carlos Martínez Rivas.

Después de eso, Carlos fue adonde la poesía y la necesidad lo llevaron. Estuvo en España estudiando Filosofía, Letras e Historia del Arte. Fue a París, para buscar motivos y temas para sus versos y visitar museos, pintores, tertulias y amigos (entre ellos Octavio Paz y Julio Cortázar), mientras preparaba “La insurrección solitaria”.

[doap_box title=”Soledad o libertad” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]

Las personas que prefieren a los felinos antes que a los perros disfrutan más de su soledad y tienen un 30 por ciento más de probabilidades de vivir solos, sin otros humanos en casa, según un estudio realizado por el psicólogo Satanley Coren, de la Universidad de British Columbia, en Canadá.

Sin embargo, otros especialistas prefieren pensar que los poetas, los artistas y los escritores se identifican con los gatos por su libertad.

Edgar Allan Poe, Ernest Hemingway, Víctor Hugo, Mark Twain, Alejandro Dumas, Charles Dickens, Julio Cortázar y Jorge Luis Borges son solo algunos de los grandes escritores que amaron a los gatos.

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Luego permaneció por temporadas en Estados Unidos y México, para trabajar y ejercitar su “meticuloso sentido de observación” . Y en la década del setenta laboró junto al escritor nicaragüense Sergio Ramírez para la Editorial Universitaria Centroamericana, en Costa Rica. Después viajó a México y luego, a principios de los ochenta, a Estados Unidos y Holanda.

Y fue hasta 1983, dice Pablo Centeno, cuando dejó de correr por el mundo y decidió aislarse en una casa de Altamira, en Managua, que Carlos Martínez Rivas comenzó a abrir su soledad a los gatos.

El gato negro

El más recordado es “Poe”, el gato negro que el poeta solía dibujar con grafito o marcador permanente en las paredes, para ilustrar citas y reflexiones . Se llamaba así en honor al escritor estadounidense Edgar Allan Poe y era huraño, como su amo (aunque los gatos no tienen amo), relata el pintor nicaragüense Vladimir Hernández Ruiz.

Él conoció al poeta a comienzos de la década de los noventa, cuando este daba la cátedra Carlos Martínez Rivas, en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), en Managua.

La cátedra, famosa por magistral, fue una iniciativa de Pablo Centeno, entonces director de Cultura de la UNAN.

Todo 1991 estuvo lleno de charlas grandiosas. Pero en 1992, solo él supo por qué, Carlos no volvió a aparecerse por la UNAN. Así era él. “Un ser extraordinario”, en palabras de Centeno, quien se encargó de recopilar la obra del poeta en el libro Poesía reunida .

El aislamiento de Carlos era tan rígido que a veces ni a sus amigos les permitía entrar a su casa. A Vladimir lo dejó pasar solo una vez, el día que el pintor le entregó el retrato que fue premiado en un Festival Artístico Interuniversitario.

Recuerda: “Estaba ebrio en su mecedora. Al rato le pregunté si tenía agua para tomar y me mandó a la refrigeradora. Mi susto fue encontrar en abundancia, llenando la refri, dos cosas: botellas de Ron Flor de Caña y carne para gatos. ¡Solo eso !”.

Carlos cuidaba más de los gatos que de sí mismo. Andaba en bata por la casa, no se afeitaba y tal vez, dice Pablo Centeno, ni siquiera hubiera comido de no ser porque la actriz Evelyn Martínez se encargó de su alimentación.

Amigos y placeres

Con pocas personas logró crear lazos de amistad como los que estableció con los gatos. Quizá con Eduardo Callejas, Octavio Robleto, el padre Ángel Martínez y el escritor Juan Aburto, enumera Pablo Centeno.

Con Aburto, el poeta mantuvo correspondencia por muchos años, cuando vivió en Costa Rica. A través de cartas mecanografiadas, el cuentista le ponía al tanto de lo que pasaba en el mundo literario nicaragüense. De las parrandas de los amigos y de lo que se iba a escribir.

El poeta sentía especial gusto por los burdeles. Y en sus últimos años, con su esposa y sus dos hijos fuera del país, en pleno aislamiento, quienes “tenían más oportunidad de entrar a su casa eran las putas y los poetas. Indistintamente”, cuenta Vladimir Hernández Ruiz.

A “las putas y los poetas”, hay que sumar los gatos. Carlos Martínez Rivas no tenía tantos como Pablo Centeno; solían acompañarlo dos o tres felinos.

Las últimas fueron “Electra” y su hija “La Gatita”. Meses después de la partida de Carlos, las gatas se “volvieron locas” y se enfrentaron una a la otra, hasta la muerte.

El adiós

“Natura”, la gata sin cola, ronronea en un taburete. Pablo Centeno la observa, la acaricia y dice: “Los gatos son mágicos. Tienen el universo en los ojos”.

Después habla de “Poe”, el querido amigo peludo de Carlos. Y de cómo en una noche de borrachera el poeta lo extravió en algún lugar.

“Entonces comenzó a inmortalizar al gato a través de la escritura. Escribió casi nueve poemas para los gatos, que están en Poesía reunida ”, señala.

Puede que el más triste sea En casa con mis gatos y la Muerte . He aquí un verso: “Mis Felis catus, mis Felis domesticus, objeto de mi inclinada solicitud, transitan sin ver la nube negra que a toda hora se cierne —agorera— sobre sus cabezas: mi muerte”.

Y el 16 de junio de 1998 llegó su pregonada partida. En los últimos meses había estado bebiendo ron, mañana, tarde y noche. La cirrosis estaba muy avanzada y sus riñones le estaban fallando; sufrió una embolia pulmonar y finalmente un infarto. Murió a las 12:38 de la madrugada en el Hospital Bautista de Managua.

Lo velaron en la Sala de Lectura del Recinto Universitario Rubén Darío de la UNAN, donde cuatro meses antes había recibido el Doctorado Honoris Causa. No hubo gatos en el funeral.

Sección Domingo Carlos Martínez Rivas gatos archivo

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COMENTARIOS

  1. franklin
    Hace 11 años

    Tanto talento echado a la basura por el licor!!! Estos poetas son tremendos!!!

  2. Dani Karen
    Hace 11 años

    Que tristesa su partida,me encantaria leer poemas de sus gatos.

  3. Miaaauuu...
    Hace 11 años

    Para Carlos Martinez el tigre de los felinos
    que no conoci, pero que amaba la poesia…
    amante de gatos, la soledad y de los vinos
    De otro gato arisco buscando tu compania

  4. jose m. fernandez.
    Hace 11 años

    Facinante!!!…Las relaciones de las mentes de los poetas con los seres,las cosas y con los animales ficticios y verdaderos…Prodiga mente humana…Descansa eternamente en el gran misterio q’ rige desde alla.

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