JOAQUÍN ABSALÓN PASTORA
La anterior semana, la música estuvo de fiesta desde la punta del pie hasta la cumbre del oído. Una exaltación viajera con salva en los sentidos por toda la densidad corporal. Las aguas vivas del arte se pusieron “en puntillas” acompañadas por las notas, el movimiento y desde luego por el sonido indispensable. El baile y la música se han unido como pocas veces —o nunca— en un compromiso inédito a través de las funciones embriagadas por la propuesta y la holgura participativa en las cuales no hay distinción —prejuiciosa muralla— entre profesionales y aficionados, entre aspirantes y consagrados.
Varios departamentos escogidos para agregar más en años venideros, evitándose la concentración en Managua fueron sedes de esta reunión exquisita del arte compartida con 120 países del mundo desde que en 1981 a un ministro francés se le ocurrió la idea. La iniciativa repercutió en Nicaragua en el 2013 con un concierto de 20 grupos voluntarios en la Alianza Francesa de Managua el 15 de junio con las puertas abiertas. A partir de ahí se inauguró la institucionalización de la fiesta.
En el global festejo deben estar inscritos todos los géneros, excluidos solo aquellos opuestos a la belleza del arte. Nicaragua, vistos los beneficios de la inclusión, de la gratuidad, de las becas sueltas para engendrar valores, se ha unido haciendo el llamamiento. Coincide esta inscripción con la undécima edición de la gala internacional del ballet con la participación de no pocos países de América Latina, inaugurada en el Teatro Nacional Rubén Darío, acontecimiento que igualmente suma y une a los países con referencia no solo como espectáculo sino como fuente de terapia estimulante.
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