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Crónica del secuestro de la UNO

Roger Mendieta Alfaro

El 20 de agosto de 1993, casi al caer la noche, el 31, jefe del Comando de secuestradores, identificado como exmayor del EPS Donald Mendoza, entrenado en Cuba, exagregado militar en EE. UU., entró a la casa de la UNO profiriendo insultos y, poniéndonos manos sobre la mesa, nos advirtió que quienes tuvieran armas debíamos entregarlas: “Al intento de letra, volaré la casa”, amenazó. De la oficina del doctor Virgilio Godoy, entonces vicepresidente de la República, llegaban ruidos de muebles lanzados contra paredes, sazonados con “hijueputazos” y la exclamación enérgica del doctor Godoy: “Respéteme. Soy vicepresidente. Máteme si quiere. He vivido bastante”.

La primera noche, después de violencia verbal del comando “10” contra Luis Sánchez Sancho, Alfredo César y Eugenio Lacayo, el doctor Godoy y Miriam Argüello fueron separados del grupo y llevados al cuartito donde encontraron al diputado Humberto Castilla colgando del cielo raso, encima del inodoro.

Integrantes del Comando corrían para todos lados, se parapetaban tras las paredes, subían al techo haciendo enorme ruido sobre las láminas de zinc.

Colocaron tacos de TNT en esquinas del cuarto y sobre la mesa de sesiones. “Nos vamos todos al diablo”, dijo el 31. “Nadie está interesado en ustedes”, gritó a medianoche. Y cuando logró comunicarse telefónicamente con familiares, Donald Mendoza se acercó a mí y me dijo: “Venga, asómese doctor. A cien varas están hombres de Caldera (Fernando, entonces jefe de la Policía). Con esos cabrones anda Amín Gurdián. Si tratan de sacarnos, aquí morimos todos. Véalo usted mismo, jodido”. Me puso a observar el ventanal oeste de la casa de la UNO donde vi a algunos policías en posición de combate. Luego me llevó al teléfono y me pidió que llamara a Antonio Lacayo.

“A este gobierno le importa mierda —gritó—. Cómo es posible que no se interesen por ustedes. Ni siquiera han preguntado por el vice. ¡Hasta el vice de Costa Rica preguntó por Godoy y este gobierno nada! Llame a Lacayo”, ordenó, dándome el teléfono. Llamé. Antonio no estaba y me contestó María José de César, su asistente, recomendándome esperar. Casi inmediatamente respondió Lacayo. Le manifesté la preocupación del secuestrador agregando mis consideraciones. Luego el mismo Mendoza habló a gritos con Lacayo y le explicó la peligrosidad de la situación. Amenazó con comenzar a matarnos uno por uno.

Lacayo contestó que tuviéramos paciencia y que el gabinete estaba en sesión permanente buscando una solución a la crisis.

El cardenal se niega ser intermediario, porque el Gobierno no lo solicita. De acuerdo a declaraciones del Comando, el secuestro fue un contragolpe por acción de “Chacal” en los alrededores de Quilalí.

En la hora del secuestro, estábamos sesionando los miembros del Consejo Político de la UNO. En la noche, después de un supuesto intento de enfrentamiento con la gente de Caldera, algunos de nosotros, bajo arremolinados signos de angustia, nos lanzamos al piso entre los tacos de TNT y la vigilancia de los secuestradores.

William Calero, el 10, uno de los hombres más duros del Comando, me hizo acreedor de su confianza. A las seis de la mañana del siguiente día le preguntó por mi segundo apellido. “Alfaro”, contesté. “Mendieta Alfaro. Usted es histórico. Es su segundo round”, dijo. Recordó la toma del Congreso en agosto de 1978.

Luego se refirió a mi libro El último marine, escrito durante los días de la insurrección. Su conversación dio a entender que tenía información con determinado valor estratégico.

“Voy a escribir incidencias del secuestro. Conviene dejar algo para la historia”, le dije.

Por el contorno de sus ojos, pues cubría el rostro con un pañuelo, tuve la sensación de que había sonreído, y que le sonaba bien ver su hazaña en libro.

Continuó su discurso. Habló sobre las razones que tuvo para ingresar al Frente. El Goyena, estudios médicos. El fracaso de la revolución rusa: “Stalin y Kruschev fueron impuestos al pueblo”, dijo.

William Calero era un hombre triste, inteligente, con buena cultura política y diestro en asuntos marxistas. Cuando hablé de Mendoza como jefe, protestó: “Aquí no hay jefe”. Lo llamé a reflexión. Dije: “¡Nos secuestraron! ¿Qué vas a hacer mañana? Si fuera miembro del Frente, sentiría vergüenza, si como dicen quieren ser partido político deben promover acciones que sean respetables. Deben olvidar el terrorismo, que no tiene futuro. Pasó a la historia. Hacen daño al gobierno, pero más a ustedes”.

Godoy tranquilo, recostado sobre un colchón de guardia, leía un folleto de materia electoral.

Meses después Calero falleció de cáncer. Lo sentí mucho. La cara de malo quizá fue el rostro del dolor.

Días más tarde observé que el cansancio minaba a secuestradores. Algún gato persiguió a un ratón haciendo un ruido metálico dentro del cielo raso de la casa vecina a la casa de la UNO, provocando amenazas: “Tenemos información que mercenarios pagados por Reagan quieren entrar. Sepan que todo pasadizo al otro lado está dinamitado”, gritó Mendoza.

Aumentaron las carreras sobre el techo. Apuntaban a un árbol, sugiriéndose “pelar el ojo y disparar al menor movimiento”.

Algunos habían salido libres, otros, controlando nervios, comprendimos las condiciones en las que teníamos que movernos. Miembros del Comando salían y entraban quién sabría dónde, pero parecían inseguros y temerosos, pensando que algo saliera de control.

“Ustedes son seis”, dije a Calero.

“Somos más —dijo—. Y en Managua tenemos como cuarenta comandos”.

Había minutos que el inevitable síndrome de Estocolmo tenía espacio entre secuestradores y secuestrados. Los secuestrados nombraron a Duilio Baltodano, Luis Sánchez Sancho, Alfredo César y yo. Pero César fue sustituido por Reynaldo Hernández.

La comisión quedó reducida a Baltodano y a mí, testificando condiciones de quienes salían libres. En presencia de Ortega, D’Escoto, Mendoza, Miriam Argüello y Duilio Baltodano, me tocó leer el documento que “avalaba” la libertad de la doctora Argüello.

El día siguiente Godoy, Alfredo César, Luis Sánchez, Reynaldo Hernández y yo, libres, encabezamos una marcha por la calle, antes de arribar a nuestras casas.

Horas antes de “darnos de alta” llegó Mendoza buscando tranquilizante. El doctor Ricardo Vega (q.e.p.d.) me pidió hacerme cargo del botiquín. Acepté. Encontré valium que había llevado la Comisión de Derechos Humanos. Se llevó dos.

Todos estaban tensos. Pensamos en algún momento que los rehenes eran los secuestradores. Eso fue hace ya veinte años. El autor es escritor.

Opinión secuestro UNO archivo

COMENTARIOS

  1. juan lopez solano
    Hace 11 años

    y luego los montaron en dos MI-17 (del mismo q no se sabe todavia x q se cayo) y les dieron una vuelta x Matagalpa, Jinotega y luego d regreso a Managua a la base d las PUFE (hoy COE) y muerta la lora, no paso nada… todavia lenin y frank Ibarra controlaban la DGSE, q todavia esta vivita y coleando, todavia habia cierto “forcejeo” con los jefes del EPS q no terminaban d aceptar ese apendice y monumento a la masacre, persecucion, asesinato y desaparicion d tanto nicaragueneses, peor q la OSN

  2. "A"
    Hace 11 años

    No me sabia esta historia de los terroristas sandinistas secuestradores, con razon Don Luis Sánchez Sancho los quiere bastante, yo solo me sabia la masacre de ESTELI que fue perpetrado por el terrorista del eps, el tal pedro el Hondureño, premiado con 3 millones de dolares, una casa hacienda con ganado, y hermano evangelico “arrepentido” IMAGINENSE secuestrar al VICE PRESIDENTE Doctor Godoy, los piricuacos nunca cambiaran son peores mil veces que los angelitos de la EEBI

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