Como un niño que camina de la mano de un adulto sin saber ni preocuparse hacia dónde este lo lleva, así vamos los nicaragüenses, paso a paso, hacia el establecimiento del sistema soñado por el actual presidente inconstitucional Daniel Ortega, un hombre que con hechos y palabras ha dejado claro que no creyó, no cree y nunca va a creer en la democracia.
Ortega no cree en las elecciones (dice que más bien dividen), prefiere el sistema de partido único, donde el poder político reside en un caudillo y hasta ha propuesto que la Asamblea Nacional sea disuelta y se conforme una asamblea donde estén representados empresarios, obreros, campesinos, estudiantes, “las fuerzas vivas” diría alguien.
El Inconstitucional, cuyo objetivo —lo ha dicho— es gobernar hasta su último aliento de vida, lanzó durante el encuentro con empresarios el miércoles la propuesta de “institucionalizar” eso que el orteguismo llama “alianza Gobierno-empresarios” y darle a ese mecanismo rango constitucional, cuando en realidad no debería ser más que una comisión que se encargue de agilizar y facilitar las operaciones empresariales.
Elevar ese mecanismo al nivel de la Constitución lleva consigo la trampa. Lo que Ortega describe no es más que un elemento del sistema fascista donde el poder político reside en un caudillo que se apoya en una estructura— puede ser un partido político o no— y que gobierna haciendo graciosas concesiones a las corporaciones (gremios). El sistema fascista va de la mano con el corporativismo, que una de sus definiciones dice: “Forma de organización capitalista que se caracteriza por la intervención del estado en las relaciones productivas, especialmente con la formación de organismos que integren a trabajadores y empresarios con objeto de evitar las tensiones propias de un estado democrático”.
Quienes están hastiados de la ineptitud de los políticos llamados “democráticos” pueden pensar que el corporativismo resulta más eficiente. Nubla más el análisis si se cree que los pequeños avances económicos que ha experimentado este país desde el 2010 son resultado de la eficiencia del Gobierno, y no producto de los excelentes precios que hasta hace poco tenían nuestras materias primas, buenos inviernos, una cooperación venezolana que, a pesar de estar privatizada, inevitablemente tiene un efecto positivo en una economía minúscula como la nuestra y la visión capitalista (aunque las vallas de carretera digan otra cosa) que ahora tiene Ortega.
Pero este Gobierno ha sido tan efectivo en usar la zanahoria, y el garrote (no hay que olvidarlo) que ahora no solo los empresarios quieren tener sus “encuentros” sino que otros sectores también. Cada quien quiere ir donde el gran caudillo con su carta al Niño Dios para que le den, no todo, pero lo que tenga a bien conceder el caudillo. Claro está, que como sucede con el Niño Dios, solo los que se portan “bien” reciben —algo— de lo que piden.
El problema con el sistema fascista es que la gente está bien mientras “se comporte” pero basta que se salga de la línea para que como a un pupilo lo vuelvan a meter en la fila de un reglazo si es que el infante resulta muy díscolo.
El fascismo, cuyo encanto es tal que hasta se instauró en la culta Europa durante la crisis económica mundial de los años treinta, seguro que tiene atractivo para sociedades menos sofisticadas como la nuestra, pero ojo, la tranquilidad solo dura mientras haya cosas que repartir. Cuando los bienes se agotan, se agota la paciencia de los que cada vez reciben menos, y el fascismo, que no tiene en su diseño la idea de ceder el control, responde con violencia y entra en un círculo vicioso: mayor descontento, mayor violencia y a mayor violencia mayor descontento hasta que estalla.
Y es precisamente por eso que la democracia republicana es infinitamente superior. En una República el poder por definición es limitado y temporal. Se cede periódicamente, cada vez que los ciudadanos (personas con deberes y derechos, responsables de sus actos y no la masa sin autodeterminación que tiene más parecido a un infante que a un adulto libre) así lo deciden mediante el sufragio universal.
Es cierto que la democracia no ha funcionado en Nicaragua, pero eso es porque se ha limitado a ser una democracia electorera, donde los políticos, después de las votaciones, pierden el contacto con los votantes y sin tener la preocupación de rendir cuentas, caen en la corrupción y en la ineficiencia. Sin embargo, en lugar de entregar nuestro destino al capricho de un caudillo los nicaragüenses debemos mantener la mirada fija en alcanzar un sistema donde el poder es limitado, las leyes se aplican a todos por igual, la tolerancia guía las acciones de todos y los individuos son libres, pero a la vez responsables de sus actos.
En lugar de actuar como niños que deben portarse bien para lograr el premio del caudillo, debemos alcanzar la madurez del ciudadano para ser dueños de nuestro propio destino.
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