A Gloria Gabuardi
Los pájaros bajaban del cielo a picotear los trigos en sus manos
y la luna mojada cuando llovía solo a ella la iluminaba.
Con ella conocí la agonía de los ríos del desierto
y la derrota de los versos en un bosque de mangos y ardillas.
Con ella alcancé la llave de cofres y roperos que guardaban el Sándalo.
La belleza sobrenatural de la Gloria tenía la virtud
de revelar en sus ojos lo que entrelazan el alma y el jazmín
y el nacimiento de raíces inmensas
florecidas en mis manos, en mis poemas y canciones, en mis ciudades,
en mis volcanes, en mis calles, en mis perros, mis caballos, mis
pájaros, en mi nieve, en mi sol, en mi mar.
Su piel de rosa mística morena viva cambiaba de color y de perfume
con mis versos, la música, la luminosidad,
y el estremecimiento de la tierra.
Sus pechos redondos y altivos nunca conocieron el cansancio.
Ella brillaba con la quietud de las montañas del sol a las 5 de la tarde
y se desnudaba ante mis ojos como un resplandor
para que los espejos y yo guardáramos su imagen para siempre.
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