A José María Zonta
Cuando el alma hace ruido
apenas puedo oír mis propios pensamientos.
El alma es el fondo del mar luminoso y oscuro
lleno de significados y confusiones, bancos de perlas, peces y corales
con agonías inconclusas,
con la lucha eterna de los instintos del bien y el mal,
muchas ballenas blancas en el destino
y muchas Circes que transforman en animales a sus enemigos.
Y los pensamientos son una jauría de perros salvajes
persiguiendo olores, rayos de luna,
corriendo a tientas, voraces, sin elegir el rumbo.
Y más en Nicaragua después de la guerra.
Y más en Nicaragua después de la paz.
Ya no quiero oír mis pensamientos.
Sé que el ruido de mi alma es para que no regrese a la realidad.
Sueño locuras de oro y esmeralda en vasijas de terracota,
con maderos rotos de barcos y naufragios.
El ruido de mis pensamientos me hunden el alma,
en el riesgo de la oscuridad de las grietas de la chatarra y la belleza
de los cementerios fantasma en los arrecifes.
Porque allí donde el sol no brilla está escrita mi tragedia,
en la arena y en el lodo del fondo de mar.
No quiero la realidad ni el hecho definitivo de la muerte.
Soy una reliquia frágil de una casa antigua que ya está en el olvido eterno
con muchos ruidos en el alma que no me dejan oír mis pensamientos
y una jauría de perros salvajes persiguiendo olores
y rayos de la luna que entran en el mar.
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