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Luto en el alma

Joaquín Absalón Pastora

No son las sombras y las tumbas las condecoradas por la memoria hoy 2 de noviembre: son las luces y las permanencias de quienes definieron su porvenir al haber entrado a ellas con el goce de la estabilidad. Está de por medio en esta renovada efemérides la sincera intimidad de echarle un vistazo al pasado, dicho eso con realismo, en el que convivieron tantas inolvidables y compartidas mundologías, tantas experiencias grises y coloridas, tanta ilusión de no dejar nada pendiente porque recordarlo es lo que hacemos —año con año— quienes tenemos la disciplina de compartir el rato de comprobar que el ser visitado está en su morada porque no lo han sacado, enviado sus restos a otro lugar por culpa nuestra, por el yerro del abandono.

Son muchos los que quieren estar al lado del ser querido en el campo santo donde no hay tanto espacio para darle a la visita el alto honor de darle la duración de las horas, mas no la brevedad de los minutos. Una mirada al epitafio y si no lo hay la imaginación de crearlo en el momento en que se está frente al polvo del que nadie está exento —“polvo serás”— y donde a la par de estirarse el dolor en los ojos, unas flores, unas lágrimas y la deducción irrebatible de que el visitante vivo tendrá en el futuro —sin saberse cuando— el mismo conclusivo y definitivo final de estar ahí.

“Y después de la muerte, ¿qué ganamos?, la eterna paz o la eternal borrasca”, se interroga el poeta José Luis Hidalgo o con crudeza más cetrina, Antonio Machado cuando le pone una cuchilla al hombro. Ni borrasca ni filo. Simplemente la mejor y más descifrable de las quietudes en la plenitud de la tierra profunda donde quedó abolida la vanidad de lucir las prendas superiores y la ley del más fuerte sobre el más débil. Todo eso lo rompe la resolución inapelable del signo para convertirse en un hecho de sosiego igualitario que es lo hermoso que tiene la horizontalidad de estar muerto

Hoy 2 de noviembre, hay melancolía hasta en el movimiento perpetuo de las aguas. Cuántos cayeron atrapados en sus profundidades. En ellas hay también almanaque porque fueron testigos de los últimos e indefensos suspiros del que por sobrevivir, quiso ganarle la partida al monstruo. No están excusadas las carreteras donde tantos huesos quedaron pulverizados en el sitio donde por haber ocurrido el desenlace, quedó un rótulo luctuoso, un epitafio andariego con una cruz que solo revela el nombre. Son también cementerios improvisados con derecho al madrigal ausente. Pero quién va a llegar hacia ellos, solamente la rutina del olvido y la implacable lejanía. En fin por donde no extiende sus brazos ese fantasma en inacabable circulación.

El final definitivo está puesto, es lo más parecido a la realidad inobjetable. Cada ser vivo tendrá en el futuro un pedazo de tierra, donde descansará sin el peligro de ser removido si acaso lo apoya la titularidad de una parcela en el santuario que se llena en la determinada fecha de la conmemoración. Lo que se ignora es la forma en que se llegará a ese destino. Si el sufrimiento va a ser mayor o menor.

Hoy reviven los últimos amorosos días. Solo hoy para volver después al rito cotidiano. Mustias volverán a ser las flores… El autor es periodista

Opinión Día de los muertos Luto archivo

COMENTARIOS

  1. Poeta
    Hace 10 años

    poetica reflexion.

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