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Joaquín Roy

Lejos de la UE hace mucho frío

Los ciudadanos de Ucrania (al menos los que se han estado manifestando vociferadamente en Kiev) se resisten a que su país recaiga bajo la égida rusa. Anhelan un acercamiento sólido hacia la Unión Europea. Le recriminan a su presidente Víctor Yanukovich que rechace el ofrecimiento de la Unión Europea de un generoso Acuerdo de Asociación, una especie de puente de espera para ingresar algún día en la propia UE.

Al otro lado del tablero, Moscú emplea todos los argumentos de fuerza disponibles para que Ucrania se pliegue a los planes rusos y pase a formar parte de una unión aduanera peculiar formada por la omnipotente Rusia liderada por Putin. Esa oferta se ha vendido como “integración” siguiendo el modelo de la UE, pero es simplemente la ejecución de un plan de hegemonía rusa que sin ambages debe ser considerado por una resurrección de la Unión Soviética). Los ucranios creen firmemente lo que en su momento dijo el malogrado ministro de Asuntos Exteriores español Francisco Fernández Ordóñez sobre la bondad de la membresía en el ambicioso sistema europeo: “Fuera de la UE hace mucho frío”. Para algunos, estar lejos (y cerca de Rusia) es peor.

Al otro lado del continente, el gobierno británico (apoyado por otros euroescépticos) exige limitar la libre circulación de los ciudadanos europeos, dando al traste con una de las más espectaculares conquistas de la integración continental. El primer ministro David Cameron planea cerrar el paso a la residencia de los ciudadanos de los recién llegados rumanos y búlgaros y limitar a los beneficios de residencia a los desempleados de otros países miembros de la UE. Al mismo tiempo, anuncia planes para reclamar la devolución de competencias “comunitarizadas” por los tratados, con el plan de rebajar la UE a la categoría de un simple mercado único.

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Los ucranios creen firmemente lo que en su momento dijo el malogrado ministro de Asuntos Exteriores español, Francisco Fernández Ordóñez: “Fuera de la UE hace mucho frío”. Para algunos, estar lejos (y cerca de Rusia) es peor.

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Entre esos dos extremos se juegan no solamente unas partidas de ajedrez de ámbito fronterizo y una contrapuesta interpretación de la naturaleza de la UE, sino el futuro no solamente de la misma UE y también de su modelo de integración para consumo mundial, y como consecuencia de la experiencia más ambiciosa de efectiva cooperación entre estados de toda la historia. Pero, vistos desde una perspectiva más positiva, ambos procesos revelan un triunfo histórico impresionante de la propia UE.

Por un lado, la tentación de aceptar los beneficios de los programas de la UE revela el logro del proceso arriesgado que se puso en marcha con el final de la Guerra Fría. En el seno de la UE triunfó la visión de que se tenía que optar por otro “paso osado” en la tradición de Monnet y Schuman. La división de Europa fue una injusticia histórica y se debía corregir primero por el decisivo plan de la ampliación a ocho países anteriormente bajo el manto de Moscú, y dos estados isleños del Mediterráneo (Chipre y Malta).

Con todas las dificultades, se procedió a la incorporación de esa decena de países, en un incierta operación que evitaba los peligros de la deriva hacia alianzas más dudosas, mientras la propia Unión Soviética de desintegraba. Los numerosos análisis teóricos y prácticos demostraban que, a pesar de los riesgos, se presentaban una serie de ventajas, no solamente económicas para los nuevos miembros, sino de consolidación de la atmósfera de paz al resto de Europa.

La fuerza irresistible de la UE estaba basada en su poder de “reclutamiento”, ante la alternativa del vacío. Al mismo tiempo, con el guiño de Estados Unidos, se le ofrecía a los nuevos miembros la extensión del paraguas de seguridad de la OTAN. Moscú tomaba nota y poco pudo hacer durante un tiempo para evitar la incorporación de la primera oleada de países a la UE. Ahora ha llegado la hora de oponerse a la “segunda ampliación” presentada con la consolidación del plan de “vecindad”, por el que los países que siguen en la periferia se benefician de ayudas y ventajas como en los viejos tiempos se hizo con los ya incorporados.

Nótese que ambas políticas (ampliación/ingreso en la OTAN, y ahora refuerzo de la “vecindad”) han contado con el apoyo de Estados Unidos. Washington, como sucede en otros lugares, prefiere apoyar la iniciativa de sus socios desde atrás, que arriesgarse a ejecutar movimientos falsos. La estabilidad del territorio abierto al este de Polonia es prioritaria. No es casualidad, en ese contexto, que el senador John McCain, el propio contendiente de Obama en la carrera presidencial, haya acudido a Ucrania en una curiosa misión de comprobación de hechos y de apoyo a los resistentes a los planes del presidente ucranio.

Esos anhelos ucranios para acercarse a la UE debieran hacer meditar a los que en algunos poderosos estados miembros como Reino Unido y la propia Francia coquetean con medidas populistas y anti-integracionistas. Washington debiera advertir a Londres y París. El autor es Catedrático ‘Jean Monnet’ y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.

Opinión Ucrania UE archivo
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