En toda sociedad dinámica existen puntos de vista contrastantes y es en el afán de cooperación y entendimiento que entra la variable del diálogo. Sin embargo, una de las condiciones necesaria para poder establecer un coloquio es que, a pesar de las más profundas diferencias, existan factores que permitan reconocer la posibilidad de comunicación en términos identificables y lograr descubrimientos mutuos; valiosos en la determinación de cursos de beneficio común.
En este sentido, es de poca utilidad tratar de establecer canales de comunicación cuando las partes tienen propósitos y valores opuestos e inflexibles. Especialmente cuando es evidente que una parte busca consenso o cambio, mientras la otra solo trata de hacer prevalecer o imponer sus ideas. Y de poco sirve el optimismo, cuando la parte engañosa usa la fuerza bruta como medio de persuasión o para mantener su supremacía.
De ahí la incertidumbre de cómo y con qué fin se debe establecer un diálogo entre un pueblo o sus diferentes sectores y un cruel dictador. Por otra parte, me pregunto que cómo puede ponerse fe en las palabras de un tirano, cuando gran parte de los asuntos críticos a discutir están fuera de toda posibilidad de apertura y cambio; donde una parte declara que solo está parcialmente abierta a nuevas posibilidades.
Un diálogo en estas circunstancias revela lo que es importante y significativo para cada parte de manera reducida y desigual. En otras palabras, solo sirven para acomodarse a los monólogos del dictador.
Al hablar de diálogo, como decía el consejero presidencial estadounidense Bryce Harlow: “La confianza es la moneda del reino”. Y es que poco puede comprar esa moneda en el imperio de Daniel Ortega, cuando su entorno es todo corrupción y desconfianza.
Desde 1967 a 1974 Ortega sirvió prisión por el asalto a un banco. En el 2006 fue acusado en Nicaragua de genocidio y crímenes de lesa humanidad y fue responsabilizado por la Comisión Permanente de Derechos Humanos por la muerte de 64 indígenas miskitos durante las masacres conocidas como Navidad Roja en la década de 1980.
En 1998, su hijastra lo denunció formalmente por haberle infligido agresiones físicas y psicológicas, y por actos de pedofilia desde que ella tenía 11 años. En 2011, de manera inconstitucional, Ortega se hace elegir presidente de Nicaragua por tercera vez y hoy ordena una reforma arbitraria a la Constitución de la República. ¡No necesariamente un historial confiable!
Un diálogo sin apertura tampoco es efectivo. Ortega no ha dado una sola conferencia de prensa en años. Este opera la presidencia y administra su partido político desde su residencia. Además, este inconstitucional presidente establece acuerdos con otros gobiernos de manera clandestina.
En cuanto a honestidad, como otro de los elementos fundamentales en los que descansa el diálogo, Ortega descalifica obviamente en autenticidad. Él carece de credibilidad en sus palabras y en sus acciones. Ortega es violentamente obstruccionista cuando —desde fuera del poder— pretende gobernar “desde abajo” y es arbitrariamente proteccionista de sus propios intereses cuando arrebata el poder. ¿Cómo podría, pues, la Iglesia católica confiar en la propuesta de diálogo que recientemente le ofreciera Daniel Ortega? Aquí no existe la posibilidad de establecer una comunicación honesta, ni pareja, ni abierta o confiable.
Un diálogo en términos tan desiguales no hace sentido alguno. Lo que Ortega pretende ofrecer es la seducción de su poder, agigantarse en este, mientras empequeñece a su oponente. Esto ha sido y sigue siendo su círculo vicioso del poder. El autor es economista y escritor
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