¿Es la desintegración familiar causa o resultado de la pobreza? Si el abandono paterno, el divorcio y los nacimientos fuera de matrimonio fuesen producto de la pobreza, el remedio obvio sería ver cómo disminuirla. Más si son causados por otros factores, y más bien contribuyen a crear o empeorar la pobreza, los remedios son distintos.
Ahora, que las Naciones Unidas y la Conferencia Episcopal han exhortado a que la familia sea tema central del 2014, hay que hacer un esfuerzo especial para contestar interrogantes como estas. El problema para hacerlo es que los fenómenos sociales son raramente producto de una sola causa y de que muchas veces causas y efectos se confunden.
La desintegración familiar puede ser estimulada por factores económicos: un hogar donde ambos cónyuges tienen que trabajar sin que sus ingresos lleguen a satisfacer sus necesidades mínimas, tendrá mucho más dificultades en atender a su prole y más tensiones, que un hogar donde el salario de uno cubre cómodamente sus necesidades. Pero el hecho de que en las últimas décadas las estadísticas de divorcios se hayan generalizado a todas las clases sociales, sugiere que en el fenómeno intervienen no solo factores económicos sino otros de aspecto cultural; es decir, relacionados con los valores o normas de comportamiento.
Descubrir esos factores es de primera importancia. Pero conviene examinar primero las consecuencias que tiene la desintegración familiar. En Estados Unidos causó mucho revuelo en 1965 el libro La Revolución del Divorcio , publicado por Lenore J. Weitzman. Porque en él demostró cómo el divorcio o abandono paterno empobrecía a las mujeres con hijos, al punto que sus ingresos eran apenas un tercio del de las familias intactas.
Para entender el fenómeno puede ser útil imaginar el caso de una familia típica de nuestro medio, como el de Marcelino Lagos y su mujer Urania. La pareja había procreado, en nueve años, cuatro hijos. La mayor de ocho años y el menor de uno. Marcelino ganaba ocho mil córdobas mensuales mientras ella atendía el hogar. Un día él se marchó con una compañera de trabajo. Urania visitó el Ministerio de la Familia y tras muchas peripecias, que duraron diez meses y la dejaron quebrada, logró que la juez ordenara a Marcelino pasarle mil córdobas mensuales. No obtuvo más pues el alegó que su nueva mujer estaba embarazada y tenía dos niños de un matrimonio previo, a quienes debía sostener.
Urania tuvo que emplearse como doméstica para sobrevivir. También tuvo que sacar a su hija mayor de la escuela para que cuidara a los menores. Un año más tarde Marcelino le redujo su pensión a 500 córdobas alegando ante la juez que ella estaba devengando un salario. Dos años después él se fue a Costa Rica y Urania ya no recibió nada.
Los nombres de la historia son ficticios pero los hechos son reales. Para asombro de quien no lo sepa, dramas como estos ocurren, con diversos grados de gravedad, en la mayoría de nuestros hogares. Cada año miles de madres, junto con sus proles infantiles, pasan de la pobreza a la pobreza extrema, por causa directa de la desintegración familiar. Y este es solo un aspecto del problema, porque junto a sus consecuencias económicas están las sociales, como por ejemplo, la incidencia que tiene en la deserción escolar, que es a su vez uno de los problemas más serios de nuestro sistema educativo.
Desafortunadamente, y a pesar de su importancia, estos son temas poco investigados. ¿No es tiempo ya que los conozcamos mejor para combatirlos mejor? Es uno de los retos que plantea el año de la familia.
El autor es sociólogo, fue ministro de Educación.
Ver en la versión impresa las páginas: 11 A